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En torno a los sucesos de París

Las emociones son contagiosas. Y las fuertes, mucho más. Apelan por definición a los sentimientos y, por ello, resultan menos racionales pero también más espontáneas y ponen de manifiesto el hondón de nuestro temperamento y el alcance de nuestra sensibilidad ante acontecimientos impactantes o inesperados. Pero si aquello que nos impresiona afecta por igual a un grupo humano con el que nos unen algunos lazos, sin duda nos sentimos concernidos.

La reacción individual ante el suceso que le da origen se potencia en función de la entidad colectiva con la que se identifica. Entiendo que, como ya escribí alguna vez, podría formularse con alguna licencia una especie de traslación del principio de Arquímedes desde las ciencias físicas a las sociales: el individuo sumergido en un grupo pierde de su peso moral una cantidad proporcional a la individualidad que desaloja. Cede, pues, algo de lo que le es personal para compartir lo colectivo.

Esto no tiene por qué ser ni malo ni bueno, pero sí determinante en los comportamientos de los grupos humanos. Hago estas reflexiones a propósito de la matanza de París que tanto nos conmueve. Por eso hemos sentido un punto de emoción con el canto de "La Marsellesa", que estos días me viene cada poco a la cabeza y, hasta sin querer, la canto en el baño sintiéndome más cercano a mis bisabuelos galos.

Porque es verdad que muchos hemos notado una rara emoción con el himno ajeno. ¿Por qué no pasa lo mismo con el español?... Se me dirá que no tiene letra, lo que no se puede negar. ¡Urge un texto, por favor! También son ciertos los traicioneros silbidos en los campos de fútbol y la terquedad de ciertos partidos políticos en exhibir la bandera republicana. Mucha gente, como uno mismo, ha sentido sana envidia al comprobar el patriotismo general de los franceses ante los acontecimientos del viernes.

La individualidad humana tiene también una dimensión colectiva, de pertenencia a un grupo de características homogéneas, que de alguna manera nos concierne, nos limita y hasta nos constituye. ¿En qué medida?... Es curioso comprobar que el terrible suceso que da origen a estas apresuradas reflexiones nos ha revelado lo que los españoles compartimos con los franceses, acaso como europeos: no sólo historias sino también raíces judeocristianas y grecorromanas, aparte de sentimientos.

Y ello, pese a los dirigentes franceses que en los llamados años de plomo permitieron sin grandes escrúpulos el "santuario" terrorista cerca de nuestra frontera, que tanto dolor nos causó a los españoles. Pero todo parece haber cambiado y no es momento de reproches viejos. No nos arrepintamos de sentirnos hoy un poco afrancesados y por ello también algo más europeos.

El denominador común de nuestra personalidad colectiva es la pertenencia al Occidente civilizado. No olvidemos que España es también objetivo prioritario del Islam violento: Granada, Córdoba, ¡Covadonga!... Antes de que se enfríen las trágicas emociones vividas estos días, será preciso conseguir que al menos las convicciones permanezcan y no decaiga la determinación en la legítima defensa de nuestros valores frente a la barbarie.

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