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Sol y sombra

Las sociedades que funcionan

Las sociedades de la abundancia hacen que se pierda el aprecio por las cosas realmente importantes de esta vida. Una de ellas, la más, es poder vivir en un país básicamente organizado, con ciertas garantías. España, pese a los casos de corrupción, sus problemas estructurales, la idiocia que se ha apoderado de una buena parte de su sociedad, es uno de ellos. No hay tantos en este mundo. Para comprobarlo sólo hace falta darse un paseo, salir de los confines occidentales de Europa. Fuera de Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón, no sé si me queda algún paraíso garantista, el panorama, por uno u otro motivo, suele ser feo.

No hace falta siquiera salir, con leer los periódicos, informarse, cualquiera podría hacer su composición de lugar. La zozobra del Este de Europa no es nada comparada con lo que está sucediendo en Siria. Y lo que ocurre en Siria podría convertirse pronto en un accidente coyuntural en comparación con las inacabables guerras civiles en muchos de los países del África negra. En este mundo, la mayoría, salvo no más de veinticinco o treinta casos, son estados fallidos o a punto de serlo, a veces porque ni siquiera la riqueza permite una vida digna en ellos, véanse, por ejemplo, Brasil, Argentina o la Venezuela chavista, que tanto le gusta a Juan Carlos Monedero y a Pablo Iglesias.

Se cree ingenuamente que las situaciones donde todo más o menos funciona son para siempre. Que el derecho a disponer de seguridad social, libertad o una justicia razonable, es irreversible. Sin embargo, los vientos cuando soplan todos en una dirección son capaces de cambiar el signo de los pueblos. El domingo hay unas elecciones, empezar a pensar en ello no está de más.

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