Cuando dos púgiles se disputan el título mundial de los grandes pesos, el aspirante necesita mandar a su oponente a la lona para garantizarse la corona. No vale con que le castigue repetidamente el mentón o con que trate de dejarle sin aire lanzando sus puños con insistencia a la altura de los riñones y el hígado. Si el campeón vigente se mantiene en pie, si soporta el envite de su rival esquivando los golpes más dañinos o se defiende del chaparrón de mamporros soltando de vez en cuando un crochet de derecha, lo más normal es que el combate se declare nulo y las cosas queden como estaban, a la espera de una revancha. Así fue lo que ocurrió en el cara a cara entre Sánchez y Rajoy del pasado lunes. Para los populares, el líder de la oposición debió ser descalificado por emplear golpes marrulleros; para los socialistas, el presidente del Gobierno quedó sonado: le salvó la campana. Ocurre que en boxeo, quien defiende el título, cuando no pierde, gana.