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Soserías

Lenguas como ciudades

Un paralelismo entre la evolución del idioma y el crecimiento de las urbes

La lengua que hablamos se asemeja a una ciudad con solera, a una ciudad con los siglos trepando por sus viejos palacios y sus iglesias y correteando por sus alamedas y por las calles donde se dieron cita los vestidos almidonados y el traje sastre, los moños y peinados a lo "arriba España" hasta la melena soignée y el vestuario "mayo del 68" y de allí hasta hoy.

El barrio antiguo de las ciudades representa el hablar clásico y pulido, de formas redondas como unos pechos bien cuidados, con el "usted" de respeto, con palabras supervivientes de las comedias de Lope o de "Fortunata y Jacinta". Es el lugar donde el idioma conserva empaque, sabe recio y despide aromas envolventes, el espacio donde resiste -bien avituallado de lecturas- al asalto de los bárbaros vigorosos.

Luego está el barrio que en todas las ciudades se ha llamado "del ensanche" porque representa el tiempo en que la ciudad rompió las costuras de murallas y carromatos y se rejuveneció con los paseos para llegar a la estación de ferrocarril y dar acogida a los automóviles que desafiaban el lento avance de las caballerías. Ese barrio cultiva el idioma que se despide de la prosa del XIX y acepta la de Felipe Trigo y la novela sicalíptica, con la copa rebosante de neologismos que vienen de Francia traídos de París en sus picos por las cigüeñas.

En los jardines y en los parques se habla directamente el lenguaje de los enamorados y son los lugares donde los besos forman con las bocas la tela inconsútil de los silencios que ponen sordina al mundo que se agita alrededor. Por eso encontramos en ellos los cisnes y ninfas rubenianos e incluso algún fauno.

En el barrio de copas, donde los jóvenes universitarios gastan el tiempo regalado de la edad, ya se habla el nuevo lenguaje repleto de palabras en inglés o mal traducidas del inglés, el "tú" lo domina todo abatiendo fronteras y deferencias. Estos jóvenes son contrabandistas que imponen su mercancía traída de las páginas webs de internet entreveradas por los "porfa", "finde", "sexy", "casting", "crack", "cool", "clúster"...

A los viejos nos parecen raras sin darnos cuenta de que los raros somos nosotros pues es inevitable que por el aeropuerto, siempre lleno, la estación del AVE, siempre llena, y la de autobuses, igualmente llena, se cuelen a diario, entre maletas y fundas de ordenador, nuevas expresiones y palabras, formas ininteligibles de designar objetos cotidianos y antiguos que, a su vez, fecundan nuestro lenguaje clásico porque son semillas e injertos de plantas que acaban metiendo vitaminas a nuestros huertos serenos pero un punto melancólicos.

En las ciudades con mar y en las ciudades-frontera esta invasión conoce mayores facilidades y provocan una confusión trepidante que nos debería hacer más escépticos. Es decir, más comprensivos y más buenos.

Defender a ultranza el idioma que hablamos de estos asaltos es como negarnos a abrir, en la ciudad en la que vivimos, nuevas calles y nuevos barrios abandonándolo todo a la quietud exhausta de nuestra rutinas. Lo mejor es que esas nuevas palabras se metan en la cantera del idioma español a la espera de un cincel que las aderece.

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