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Bousoño: Quebrando albores

A propósito de los primeros versos del poeta de Boal

El Real Instituto de Estudios Asturianos ha editado una antología de poemas de Carlos Bousoño Prieto, recopilados por Santiago Fortuño Llorens, catedrático de Literatura Española en la Universidad Jaime I de Castellón de la Plana. Ruth Bousoño, viuda del ilustre boalés, ha escrito el prólogo. El escritor Luis Antonio de Villena, frecuentador del poeta, considera que con esta publicación da comienzo la merecida recuperación de su obra, rescatándola de la relegación a la que ha ido arrumbándola el inmisericorde empuje de la moda.

Suele decirse que el primer libro publicado por Bousoño es "Subida al amor". Pero en realidad lo es otro, un opúsculo editado en México, en la imprenta de Manuel León Sánchez. Se titula "Quebrando albores". Se tiraron tan sólo cien ejemplares, numerados, que salieron a la luz en marzo de 1940. Carlos Bousoño compuso esos poemas en Boal. Son catorce títulos en los que el autor se desparrama en la profusión lírica de un adolescente que alborece en la literatura con la prodigalidad de un escritor novel. Se ve que ha leído a Bécquer, Zorilla, Espronceda y Campoamor.

Bousoño renegó siempre de los versos de esa plaquette con la que alguien, desde la Gran Tenoxtitlán, lo obsequió. "Los dos libros de poesía que publicó Carlos cuando aún era un niño nunca tendrían que haber visto la luz", dice su viuda en el libro del RIDEA. Tal vez. Sin embargo, muestran que la fibra de Bousoño es de auténtica raza poética. Tenía por entonces trece o catorce años, y dominaba la métrica, el léxico y los géneros, como un vate consagrado. Es posible que, al leerlos más tarde, él mismo se reconociese en ellos como un adolescente viejo. "Literariamente fui, con biológica naturalidad, primero mi abuelo, luego mi padre y por fin yo mismo", confiesa.

En "Quebrando albores" se hallan sucintamente agavillados los temas y los personajes recurrentes en sus cavilaciones: el padre, la madre, la abuela, las tías, el tiempo, el dolor, la muerte, la existencia, la religión, la naturaleza, el placer, la belleza, la trascendencia y el amor. Hay doloras, humoradas y dedicatorias a Nené, la pianista y compositora María Teresa Prieto, hermana de su madre.

Este breve poemario exhala, en su armonía formal, el aroma acre de un drama, el de un niño sensiblemente herido por las circunstancias familiares. Con la muerte de su madre en el centro. Un tsunami de dolor. Para él y para su hermano. Para el padre. Para la abuela: "Llámame Margaritina", decía con tristeza antes de morir. Margaritina era la madre, ya difunta, del escritor. Este ha sabido verter en estrofas rimadas el helor del enorme desamparo en el que transcurre su vida en construcción, a pesar de que en su interior borbollen ardientes recuerdos y evocaciones de los adultos que añora.

Carlitos Bousoño es un adolescente que ha incoado su producción literaria con la versificación de tres temas básicos: mujer, muerte y tierra. En el prólogo de la obra se augura una evolución hacia una poesía menos florida y más atenida a la esencia de la realidad. Ciertamente, evolucionó. En muchos aspectos. Acusadamente en el religioso. Se fue, desde una visión cristiana, sobrenatural, fervorosa, de la vida y de la muerte, hacia el agnosticismo. Ruth Bousoño dice que su poesía, sin embargo, nunca dejó de ser religiosa. Era un agnóstico con un gran anhelo de Dios, angustiado por la posibilidad de que no existiese.

Escribía en uno de sus primeros poemas: "En nuestra infancia lo creemos todo, / y ya en la edad madura / nos invade la cruel indiferencia / que destila amargura, / y en la senectud ya, cuando el olvido / envuelve al hombre el mundo, / este meditabundo / vuelve otra vez a creer lo que ha creído". Habría que saber si la circunferencia de la vida, que Carlitos Bousoño dibujaba en estos versos, se ha cerrado en él tal como presagiaba, y si, consumados sus días, tornó a la fe en Aquel en quien creía cuando el flujo de su pluma quebraba albores.

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