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Síndico de cuentas del Principado

Cuarenta años de futuro

En el 40.º aniversario de la creación de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Oviedo

Entonces no lo sabía pero era un privilegiado cuando ingresé en la Universidad de Oviedo, aquel curso 75-76. Las clases comenzaron con retraso en la recién creada licenciatura de Ciencias Económicas y Empresariales. Fue en el mes de octubre y el Rector, Teodoro López Cuesta, catedrático de Hacienda Pública en la Facultad de Derecho, culminaba un proyecto marcado por la precariedad y las dificultades, diseminando a los alumnos entre el seminario diocesano y un edificio del campus deportivo. Meses después, los estudios fijaron su sede en un remozado almacén ovetense de la calle González Besada (hoy oficinas del Vicerrectorado de Estudiantes) donde permaneció hasta mediados de los ochenta, con la inauguración de su actual sede en el campus de El Cristo. Aquel rehabilitado almacén no era otra cosa que el primer peldaño del mayor ascensor social que tuvo Asturias en 40 años.

Aparentemente, el paisaje provisional de ese primer curso dejaba ver solo unas sillas de pala, largas bancadas o pizarras con caballete. En realidad, hoy sabemos que crear esa facultad fue una de las mejores inversiones del Principado en medio siglo. Por suerte, yo también estuve allí.

Eran tiempos convulsos para la sociedad y la Universidad española, donde aún actuaba la policía secreta que informaba sobre los alumnos políticamente inquietos. El curso suspendería sus clases durante unos días del mes de noviembre por la muerte del dictador Franco. También por interminables asambleas donde avezados líderes estudiantiles no se cansaban de recordar que "la asamblea es soberana". Han pasado cuarenta años y el mensaje parece seguir vigente. Esta parte de la vida universitaria ya ha sido contada, pues fue un elemento principal de la recuperación de las libertades y la transición democrática.

Sin embargo, debemos recordar que por entonces, si un asturiano quería ser economista, debía desplazarse, lo más cerca, a Bilbao, Madrid o Santiago de Compostela. Aunque nuestra Universidad contaba con dos prestigiosas diplomaturas de Ciencias Empresariales en Oviedo o Gijón y, desde finales de los años sesenta, con una magnífica Escuela de Negocios: el IUDE, donde se formaron cientos de directivos de industrias asturianas. Unos poderosos estímulos para una futura licenciatura cuya gestión, en aquella época, pasaba inevitablemente por Madrid, que intervenía en multitud de decisiones. Para sacar adelante cualquier proyecto era imprescindible moverse bien por los pasillos ministeriales. Supe después que el Rector, Teo, como cariñosamente le llamaban sus amigos, había sido un personaje querido en todos los niveles del Ministerio de Educación, donde su encanto natural -y los bombones de Peñalba- le acortaban cualquier espera. Todavía durante los años noventa, siendo yo técnico de la Universidad, veteranos conserjes y secretarias madrileñas seguían preguntándome por él, por su salud o su afición al Real Oviedo. No hubo ocasión en que le encontrara por la calle y no le agradeciera todo su trabajo en la creación de la Facultad de Económicas, pues luego también supe los enormes líos, de todo orden, que conlleva el inicio de cada nueva titulación. Eso con dinero, así que sin él y con la conflictividad de la época, no puedo ni imaginarlo.

Hoy, que nuestro Sistema Universitario Nacional presenta tantas carencias en su nula planificación y baja coordinación, observamos con sorpresa cómo se pasó de 445.170 estudiantes, en 270 centros de 23 universidades (curso 74-75) hasta 633.455 estudiantes en 379 centros de treinta universidades del curso 79-80. En tan sólo un lustro se crearon siete nuevas universidades con un aumento espectacular del número de facultades y, entre ellas, una veintena dedicada a los estudios de economía y empresa. En una España que sufría una gran crisis política y económica, el personal docente universitario debió crecer desde 19.214 profesores (mayoritariamente contratados) hasta 25.543, lo que provocará grandes tensiones de todo tipo.

Este era el escenario cuando se designó como decano comisario de nuestra nueva facultad al catedrático de Derecho mercantil Luis Carlón, ejemplo de bondad y paciencia, que los alumnos nunca supimos valorar como se merecía, porque los aspirantes a economistas subestiman las materias jurídicas. El destino castigaría a muchos graduados llevándonos a empleos donde la legislación de sociedades estaba más presente que la matemática financiera.

La provisionalidad del alojamiento en la calle González Besada duró más de la cuenta pues la obra del definitivo edificio en El Cristo estuvo plagada de contrariedades. A principios de los ochenta, quebró la constructora adjudicataria del Ministerio, dejando un reguero de problemas con proveedores, bancos y trabajadores que sólo se resolvieron tras la intervención directa del propio Rector, que involucró a la Universidad más de lo que debía para resolverlos pero evitó que se empantanara el proyecto como ocurrió con muchas otras obras públicas suspendidas durante años. Luego supe que el entonces gerente de la Universidad (Álvarez Barriada) y Teodoro estuvieron largo tiempo sin hablarse por ello. Algunos de los obreros de la constructora acabaron integrando la nómina de nuestra Universidad y el proyecto se concluyó.

Hoy, que Youtube, la nube y las redes sociales están desbancando a los habituales medios presenciales de enseñanza y aprendizaje, es preciso recordar esta pequeña y lejana historia doméstica. No faltará quien se pregunte si aquellos eran mejores graduados que los actuales, con tantos medios virtuales. Aquella fue una época de largas colas de matrícula, de ruidosas máquina de escribir que tenían detrás personas que contribuyeron decisivamente a iniciar la facultad que este curso cumple 40 años. Como las limpiadoras Tita y María, que fueron toda una institución: ellas sí que podrían escribir la verdadera crónica del centro. Más conocido es el relato de los académicos que estrenaron en Oviedo sus flamantes cátedras o agregadurías, durante esos primeros años; como García Delgado, Cuervo García, Anes Álvarez, López Díaz, Gil Álvarez o Sosa Wagner, que crearon verdaderas escuelas de conocimiento e impulsaron la carrera docente de otros muchos alumnos, diseminando catedráticos por toda España.

La gente debe saber que la Universidad es un privilegio, casi gratis para el estudiante si se compara con su enorme rentabilidad personal y social. Aquel almacén se transformó en una gran factoría de talento, un elemento estratégico para Asturias y Oviedo. Hoy sabemos que llegó en el mejor momento, abriendo nuestra región al futuro, ante un escenario donde las materias primas comenzaban a dejar paso al conocimiento como el principal recurso económico.

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