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El corazón de las tinieblas

La escasa repercusión que tuvo la noticia, divulgada el 31 de enero, de que diez mil niños refugiados han desaparecido en Europa

"¡El horror, el horror!". Es esa frase pronunciada por Kurtz, el personaje creado por Joseph Conrad en su obra de 1902 "El corazón de las tinieblas", la que me inspira el título de estas líneas y me hace abismar en lo tortuoso de la condición humana. Al igual que el capitán Willard, quien a medida que remonta el río en busca del Coronel Kurtz en la cinta de Coppola "Apocalipsis Now" va descubriendo el lado tenebroso del ser humano, a veces asisto atónito a determinadas noticias que me hacen creer que, efectivamente, Thomas Hobbes tenía razón: "El hombre es un lobo para el hombre". Difícil de explicar, si no, algo como lo que me impele a escribir estas líneas: "Diez mil niños refugiados han desaparecido en Europa". La noticia sacudía las redacciones el pasado 31 de enero. Y lo que debería ser encabezado de todo tipo de noticiarios apenas si tuvo repercusión. Y ya no se habla de ello. ¡Diez mil niños! ¡Diez mil! Según Europol, aunque algunos hayan podido acabar con familiares, la mayoría se encuentra en organizaciones de tráfico de personas, a merced de una "infraestructura criminal paneuropea", relativamente nueva y enormemente sofisticada que ha fijado su objetivo en los refugiados. Solo el año pasado llegaron a Europa cerca de veintiséis mil menores sin acompañamiento, huyendo de la guerra en Siria y otras zonas de conflicto.

Diez mil niños que como por obra de alguna martingala maléfica se han esfumado. ¿Qué actitud adoptar ante semejante atrocidad? Poco, me temo, se puede hacer. Salvo no olvidar. Y sentir asco. Y vergüenza. Y rabia. Asco por constatar que haya personas tan viles como para aprovechar una desgracia como la grave crisis de los refugiados para lucrarse a costa de un ser humano. Infancias vulnerables. Precios baratos? Vergüenza por ver o, mejor dicho, por no ver un inminente y gran esfuerzo multinacional encaminado a resolver esta infamia. Una ignominia que se diluye, dócilmente, en la indiferencia comunal. Rabia porque Europa, tan preocupada cuando un problema escupe a su puerta, capaz de movilizarse en campañas mil, de todos los colores y formas, ante el drama de los refugiados, sin embargo, se escabulle en un aséptico lavado de manos. En la mente de todos están los recientes atentados en Europa. Lamentables y condenables. Por supuesto que no pretendo caer en demagógicas y estériles comparaciones, pero me sirven para contrastar la repercusión mediática de unos frente a la discreción de una noticia como la desaparición de estos diez mil niños. Y tantos casos más de diarios dramas humanos que pasan, acurrucados y cohibidos, silentes entre miles de noticias que, por comparación, diríanse frívolas. No olvidemos a esos niños ausentes. Nos faltan. Ni olvidemos esas siluetas lacerantes, inertes, en la orilla solitaria y fría de un mundo que un día fue su esperanza. Futuros truncados. Imágenes insoportables de una niñez frenada en seco. No borremos, tampoco, la imagen de la ciudad de Alepo a vista de pájaro. Arrasada. Vencida por el odio de unos y la incapacidad de otros para frenar una guerra absurda, como todas las guerras. A una sociedad que se acostumbra a convivir con sucesos como éste sin sentir un escalofrío en el espinazo colectivo algo esencial le está empezando a fallar.

Me pregunto, por tanto, si el corazón de las tinieblas está al final de un río africano o vietnamita o, más bien, el corazón de las tinieblas, en buena medida, está arraigando en el mismo corazón de esta vieja e inane Europa?

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