La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cien líneas

Ecos

Ahí está, ecce homo, dicho en el sentido nietziano, la esfinge de la cultura de masas -en los términos de Gustavo Bueno- convertido ya en polvo enamorado para millones de corazones y sus cráneos adosados.

Umberto Eco, pretérito perfecto a estas alturas, encarna el mito de la cultura que, ya saben, es la moderna versión de la gracia santificante, de un carisma proteico que salva y redime.

Xuan Asturianu, Juan Español y, en fin, Adán de todos los mundos se sentía y siente, con sus libros en las manos -ni siquiera hace falta leerlos más allá de las primeras veintisiete páginas: es el límite según han descubierto las ediciones on line- pues eso, se siente partícipe de una excelsa grey planetaria que redime de las miserias cotidianas, incluida la ruina de la incultura y es que el término es polisémico -vaya, ya estoy con el eco síndrome- así que vale para un so y para un arre.

Un fin de semana perfecto para releer al santo -¿por qué se dice releer cuando no se ha leído nunca?- y sentirse de lleno en la gran aventura de la cultura, participando en sesudos debates del pensamiento eterno aunque realmente sean planteamientos del nivel de aquel "¿Quién se ha llevado mi queso?" encantamiento para empresarios que moran felices en el sótano del edificio de la cultura/trampa.

Amigos, los libros de masas -y no digamos los culturetas- como los medios de masas en general, militan ya en otra era porque las masas se han esfumado. Eco era apenas una resonancia de un mundo muerto ¡y no lo sabía!

Compartir el artículo

stats