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Yo creía que esas cosas sólo sucedían en las películas pero la noticia de que unos ladrones han robado cinco cuadros de Francis Bacon en Madrid demuestra que no es así. Lo sorprendente es que no pase más a menudo, habida cuenta de la cotización bárbara que tienen algunos autores contemporáneos en las subastas de arte. La crónica del robo mencionaba que el tríptico "Tres estudios de Lucien Freud" de Bacon salió a la venta en 2013 en la casa Christie's de Nueva York y el precio de remate superó los 142 millones de dólares tras seis minutos de pujas. Hay pocas formas más sencillas de hacerse con algo que tenga semejante valor habida cuenta de que las medidas de seguridad en las casas particulares no suelen ser demasiado eficaces. Pero, claro, una cosa es robar cinco cuadros de Bacon y otra muy distinta poder venderlos. Desde luego que no será cosa de llevarlos a una casa de subastas.

¿Para qué, entonces, robar unas obras de arte así? ¿Para satisfacer el capricho de un multimillonario? Depende de los gustos. Margaret Thatcher tenía los cuadros de Bacon por abominables, mientras Picasso decía que se sentía como un niño ante los lienzos de un único pintor y ése era Francis Bacon.

La noticia del robo deja oculta bajo las iniciales J. C. B. la identidad del dueño de los cuadros de Bacon, alguien a quien el pintor se los dejó en herencia, pero la vida del genio es tan conocida que no cuesta averiguar el nombre completo de su pareja sentimental y, a la postre, heredero. Que fuese español justifica quizá la fascinación de Bacon por Madrid si olvidamos el detalle de que la casa de J. C. B. está a un tiro de piedra del Museo del Prado. ¿Cuestiones de la prensa rosa, pues? No. Detrás de la historia del robo hay una historia de amistad, de dolor, de cariño, de odio, del fundamento mismo de cualquier obra de arte y de la vida necesaria para alcanzarla.

El interés por la obra de Bacon tiene poco que ver con sus amoríos pero en pocos autores -el propio Lucien Freud sería otro ejemplo- queda reflejada tan bien la naturaleza cruel y terrible de las angustias y las pasiones humanas. Pienso en el robo de los cuadros y me aparece delante ese hombre de las iniciales, el que habrá visto desaparecer no decenas o incluso centenares de millones de euros sino una parte de su vida en común con un artista excepcional. Algo que no puede subastarse ni tiene nada que ver con ningún mercado. No es extraño que hayamos tardado nueve meses en saber del drama. Seguirá vivo para siempre, día a día, noche a noche, en la mente hoy torturada de J. C. B.

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