Partiendo del hecho incuestionable de que errar es humano, persistir en el error se ha convertido en estigma del colectivo arbitral. Un futbolista que falla con reiteración se va a la grada; un entrenador, a la calle. Y un árbitro, a la nevera un par de semanas en caso de que sus decisiones hayan sido escandalosas. Al Sporting le han perjudicado mucho los trencillas esta temporada. Pero le beneficiaron en la concesión de un gol, el segundo contra el Sevilla, que puede valer la salvación de la categoría y previsiblemente del club, cuya viabilidad peligra de vuelta al pozo de la Segunda División. Con el Barcelona los árbitros se confunden mucho, casi siempre a favor, pero le escamotearon un penalti de libro en la eliminatoria de Liga de Campeones ante el Atlético que de haberse concedido, como era de justicia, otro gallo cantaría. O sea, no hay campaña orquestada sino que los árbitros fallan más que el hombre del tiempo. Como el patrimonio arbitral es el acierto, sólo por aciertos deberían cobrar.
