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Niveles

Merkel y Obama se saludan en Hannover, aquí seguimos estancados y el Sporting se trajo de Barcelona un resultado que las circunstancias hicieron excesivo. No puede remediarlo uno; está feo señalar. Puedes ver a un árbitro que se equivoca con facilidad, puedes ver a una abogada que da mal rollo- pero malo, malo, requetemalo- a mucha distancia, puedes oír la enésima justificación piadosísima de por qué unos partidos políticos son tan malos que los buenos de verdad no han visto forma, vaya por Dios, de alcanzar un acuerdo. Qué tedio. Hay economía en el saludo entre Obama y Merkel: saben de lo que hablan. Se agradece esa brevedad. Cuanto más se demora un responsable político en explicar algo, mal asunto. En España, donde empieza a haber un consenso alarmante en lo que se refiere a admitir que nos vamos acostumbrando a todo, la resignación resultante de eso tampoco es mucho consuelo. Y además, no se señala. ¿Será por amor? Puedes entender que una afición futbolística sea reacia a reconocer las carencias de los jugadores; hay algo de cariñosa lealtad en eso, un pudor de familia, algo de clan. Pero en política, caray: ¿Por qué no dice nadie que el problema es simple, que no hay nivel? Los políticos españoles son muy malos. Ya está. Fin del asunto. Monóglotas, provincianos, cortos de miras, se expresan mal, se enredan en la cosmética por no saber discutir la sustancia, se aprovechan del bajón de una sociedad desmoralizada en sus perspectivas y trabajada en sus flancos por los modos de la telebasura, tan fértiles y tan efectivos y tan indispensables a la hora de entender por qué está el patio como está. Y en vez de tanta apelación a los buenos sentimientos, a alcanzar altura de miras y otras virtudes biensonantes, ¿no atajaríamos yendo justo al otro extremo, diagnosticando que un país es un rompecabezas cuyas piezas encajan y así, desenganchados de las fatigas de esperanzas postizas, aceptar lo que hay?

Quizá el tiempo venidero nos confirme un mal asunto: hubo otro tiempo en el que liderazgos solventes y de buena sintaxis apartaron a España de una vocación de taifas en la que, antes o después, terminó por caer y de la que le puede costar trabajo desenredarse. La devaluación del ágora como espacio de debate, el desprecio al debate en sí como método de alcanzar alguna conclusión de fuste y no de increpar al oponente, son tan generales que resulta mucho más sano concluír que no hay remedio y ya está. A correr. Si hay elecciones, el método es fácil: habrá que votar a quien menos grite, a quien menos insulte. Los seis goles del Camp Nou: en fin. Bendita tele.

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