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Sol y sombra

Rajoy y la pereza

Rajoy ha vuelto a engancharse después de la desconexión pero ha dejado claro que a él los debates electorales le parecen un coñazo. Requieren, además, según ha dicho, la enorme molestia de prepararlos. No hace mucho, sin embargo, le oímos decir al candidato popular que se hallaba con ganas de continuar y que le quedaba la mitad de la misión por cumplir en la Moncloa. Evidentemente la hoja de ruta marcada no incluye debatir con los adversarios ni subirse a un helicóptero, aunque esto último resulte comprensible.

El sentido del deber, o al menos cierto sentido del deber, no está para el Presidente por encima del deber de la comodidad. Cuesta creer, no obstante, que el epicureísmo en Rajoy supere a esa pereza existencial que parece arrastrar incluso cuando mantiene que quiere seguir en la brecha tras el estado de hibernación tras las elecciones del 20-D. Rajoy no es un epicúreo por aburrirse en los debates y decir en voz alta que son una lata. Del mismo modo que no lo era cuando le traicionó un micrófono abierto y le escuchamos que los desfiles militares le parecían igualmente un coñazo. Un año más tarde, precisamente, de haber animado a los españoles a participar patrióticamente en ellos. Rajoy es otra cosa.

Lo peor de todo es que, delimitando el compromiso a que obliga su responsabilidad política puede llegar a entendérsele. En primer lugar, los debates no han dejado de jugarte malas pasadas y experiencias desagradables como la de Pedro Sánchez en aquella media hora de discusión áspera que supuso el inicio de la huida hacia adelante del candidato socialista y un autoconvecimiento sobre el contricante que perdura hasta hoy. Ya digo se le entiende siempre y cuando se delimita la responsabilidad, algo que invita a sospechar que no tiene demasiado claro cuál es y en qué consiste.

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