Pase lo que pase esta tarde, los guajes de Abelardo habrán encontrado merecido hueco en las páginas del libro de la historia sportinguista. Nadie daba un duro por esta plantilla de imberbe infantería, ni el curso pasado ni el actual; pero a veces ocurre lo que nadie vaticina y los niños se hicieron hombres curtiéndose en el cuerpo a cuerpo frente a escuadras con mejor pertrecho, vendiendo caras las derrotas y agrandando las victorias en la estrategia de la guerrilla. Seguramente varios de ellos besen esta noche, en el espesor de la caseta, el escudo por última vez y puede que se agolpen los recuerdos que atesoran en rojo y blanco desde niños. Otros seguirán en nómina y volverán a vestir la camisola un año más, y tendrán la obligación de explicar a los que lleguen de nuevas que la historia continúa y que no existe mayor honor que poner el nombre en una alineación que se aprenda de memoria.
