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La torre de Montaigne

Saint Michel de Montaigne es, en Francia, un pueblo de la histórica región de Aquitania, departamento de Dordoña, distrito de Bergerac y cantón de Vélines. No llega a cuatrocientos habitantes. En la maciza iglesia románica, dedicada a San Miguel, fue depositado, según se dice, el corazón de Michel de Montaigne, filósofo, político y humanista, cuyos restos mortales fueron inhumados en Burdeos.

Frente al templo, que es la sede de la parroquia, se abre una avenida de tierra, flanqueada por árboles corpulentos, altísimos, copudos y umbrosos. Son, en una gran parte, cedros centenarios, de cuando Grimond Eyquem, abuelo de Montaigne, adquirió ese terreno que lindaba con el suyo, en 1486, para trazar un camino por el que se pudiera ir de la mansión "gentilhommière" a la iglesia, y por el que el viandante accede en la actualidad hasta el conjunto monumental, que se alza en medio de un amplio y hermoso parque. Una enorme mata de pyracantha coccinea, zarza ardiente (buisson ardent), ha sido plantada por el Ministerio de Cultura y Comunicación del Gobierno de Francia para rendir homenaje a Michel de Montaigne, quien nació, vivió y murió, entre 1533 y 1592, en ese lugar, al que el viajero se aproxima con devoción de peregrino.

Hay castaños sativa, tilos de hojas grandes, cedros azules del Atlas, nogales negros de América, magnolias grandiflora, tulíperos de Virginia, secuoyas gigantes, palmeras de China e higueras carica, que se yerguen sobre una superficie verde, crispida de flores silvestres, entre las que predominan el blanco y el malva; hay dondiegos nocturnos de color fucsia y espigas de lavanda azul violáceo, arriates de romero plateado y verdeceledón, y macetas con apretadas constelaciones de anaranjadas caléndulas. Pimpollos de árboles plantados en 2012 tienen nombres de personas, vinculadas probablemente a los actuales propietarios del predio, la familia Mähler-Besse: un tilo se llama Arthur; una magnolia, Pina; una secuoya, Zoe; un tulípero, Ludmilla. Un viejo y enfermo castaño de Indias debió de ser, en otro tiempo, espécimen principal en medio de aquella foresta: "La châtelaine", se llama.

En derredor del château, hay una torre de agua, que fue antes un molino; una cruz en una intersección de avenidas; l'orangerie del siglo XIX; un parterre con forma de garra de león y otro de trébol. Bajo el belvedere se extiende el valle del Lidoire, un riachuelo que establece la frontera entre Gironda y Dordoña, y desde la balaustrada se divisan el château de Matecoulon y las ruinas del de Gurson. No podían faltar ni los dos asnos ni el poni que suele haber en los fundos patricios de Francia.

En 1860 Pierre Magne, ministro de Napoleón III, compró los edificios y el terreno circundante al barón Curial, su propietario en ese momento, y mandó construir un castillo como aquellos que por entonces diseñaba Eugène Viollet le Duc, combinando diversos estilos: medieval, gótico y renacentista. Tuvo que ser restaurado tras un incendio. Enfrente, en el mismo patio, se mantienen enhiestas dos torres históricas: la Trachère, en donde se cree que se hallaban las dependencias de Françoise de la Chassaigne, mujer de Montaigne, y la de la biblioteca, que es la realmente famosa.

Michel Eyquem de Montaigne se retiró a esa torre en 1571. Tenía 38 años. Había ejercido de magistrado en Burdeos. En una de las estancias, una inscripción latina da razón de los motivos de su apartamiento: le aburrían la corte, el Parlamento y los cargos públicos. Se consagraría, en lo que le quedaba de vida, a la calma, la lectura, la escritura y la verdadera libertad. En definitiva, a deleitarse en las letras y en el bien que reportan, y a "seguir siendo uno mismo": "Rester soi-même".

En la planta baja hay un oratorio. En el primer piso está el dormitorio, con un túnel acústico, desde el que oía misa, y una especie de "hide", una garita, en donde podía permanecer sentado, sin ser visto, y a donde llegaba, no obstante, la luz del sol; hay un baúl de viaje, que tal vez le acompañó en su periplo por Suiza, Alemania e Italia, en los años 1580 y 1581. En una habitación contigua se halla el guardarropa. Una copia del cuadro de Robert Fleury "La muerte de Montaigne" evoca la tradición de que el fallecimiento se produjo en el momento de la primera elevación de la misa que, el 13 de septiembre de 1592, se celebró en el dormitorio.

Más arriba, al fin, se encuentran la biblioteca y el gabinete al que se retiraba a leer y escribir, por ser más caliente, en el invierno. El espacio de la biblioteca es semicircular. Los estantes, con más de mil libros, herencia en su mayor parte de Étienne de la Boétie, se hallaban frente al escritorio. Se recreaba mirándolos; luego, se levantaba, los hojeaba, los posaba sobre la mesa, alzaba la vista, paseaba y meditaba; desde las ventanas, con hojas de vidrio emplomado en losanges, contemplaba el jardín, los viñedos y el horizonte nemoroso. En esa sala se gestaron los "Ensayos".

En el techo hay dos vigas maestras y cuarenta y ocho traviesas, en las que están escritas, en negro, sentencias griegas y latinas, destiladas de sus lecturas predilectas: Eclesiastés, Proverbios, Sófocles, Sexto Empírico, Estobeo, Teognis, Sótades, Menandro, Sócrates, Eurípides, Sófocles, Aulo Gelio, Horacio, Lucrecio, Platón, Pablo de Tarso, Heródoto, Marcial, Jenófanes, Persio, Lucano, Isaías, Cornelio Nepote, Plinio, Epicteto y los Salmos. Ése era el cielo de Montaigne. Y su cénit, la cita extraída de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos, en la que fijaba la mirada cuando alzaba la vista hacia la primera traviesa, arrellanado en la silla, apoyada la cabeza sobre el respaldo o la pared y extendidas las piernas para mayor comodidad: "No os hagáis sabios a vuestros propios ojos" (12,16). Pura sapiencia proveniente de lo alto, que descendía para fundirse en un abrazo con la escéptica, dubitativa, curiosa e inquieta alma de Montaigne, cuyo lema era éste: "Que sais-je?".

En fin, existen lugares maravillosos, como el conjunto monumental del château de Montaigne, pero es que en éste, además, desde su gran torre circular se proyecta una luz diáfana, potente, penetrante y perdurable, que es, en definitiva, la que irradia una vida consumada en silencio, estudio, reflexión y escritura. Algo así recomendaba Gustave Flaubert a Louise Colet: "No lea usted como los niños, que leen para divertirse, ni como los ambiciosos, que lo hacen para instruirse. No, lea para vivir. Cree para su alma una atmósfera intelectual compuesta de la emanación de todos los grandes espíritus. Estudie a fondo a Shakespeare y a Goethe. Lea traducciones de autores griegos y romanos: Homero, Petronio, Plauto, Apuleyo, etcétera, y cuando algo la aburra, ensáñese con ello."

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