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Sol y sombra

Tomatina nigeriana

He leído que el despilfarro en la famosa tomatina de Buñol ha llevado a algunos nigerianos a preguntarse dónde está Dios. En Buñol, un pueblo de la Comunidad Valenciana, se celebra todos los años en agosto una fiesta tradicional que consiste en arrojarse tomates unos a otros. En esa arraigada porquería se emplean más de cien toneladas de tomates, cuya caja ha pasado a costar en el país africano de uno a treinta euros, tras la grave crisis alimentaria debido a una plaga que asuela los cultivos. Seguro que entienden el agravio.

Este tipo de situaciones, como la de Buñol y su tomatina, no estaban antes sujetas a contrastes tan cosmopolitas. Pero desde que internet ha estrechado el mundo, la cosa cambia radicalmente. Si el simple aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami en otro extremo del planeta, imagínense como teoría del caos a 20.000 ociosos bañándose en tomates, y el efecto global que pueden causar en un pueblo condenado a no comerlos por culpa de una enfermedad.

La tomatina resulta hasta deprimente contemplarla. Es una de esas fiestas inconfesables de nuestra piel de toro que invocan la tradición para perpetuarse salvajamente. Entre ellas figuran arrojar a la cabra desde el campanario y el controvertido Toro de la Vega, donde se persigue y se alancea a la res. Hay muchas más que no citaré y, sin embargo, están en la cabeza de casi todos. También existen en otros lugares de la Tierra. Sus partidarios son de los que piensan que en nombre de las costumbres ancestrales se puede mantener en pie cualquier disparate. Estoy con los nigerianos.

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