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Universidad de Oviedo

Mucho ruido y pocas nueces

Una interpretación, algo osada quizás, de las actuaciones del marqués de La Romana que culminaron con la disolución de la Junta

Resulta fascinante comprobar la persistencia en el imaginario ilustrado de acontecimientos cuya impronta supera el paso de siglos por razones vinculadas al quijotismo, desnudo de pragmatismo, con que se afronta en España el ultraje a la dignidad. Se ofrece aquí una interpretación, algo osada quizás, del impacto mediático moderno de una serie de actuaciones protagonizadas en el Oviedo de hace más de dos siglos por el general Pedro Caro Sureda, marqués de La Romana, que culminaron con la disolución de la Junta Superior de Observación y Defensa de Asturias el día 2 de mayo de 1809.

La legitimidad de esta Junta asturiana, calificada de "Suprema" en su primera denominación oficial, fue y es cuestionada por algunos. Una reciente y ponderada contribución a esta misma "Tribuna" (LNE, 24/05/2016) acredita su cualidad de legítima. En el plano internacional, concretamente en Gran Bretaña, no tuvo, ni necesitó tener reconocimiento expreso alguno. El discurso de Canning del 15 de junio de 1808 refiriéndose a Asturias como "una parte de España" para justificar su ayuda a "tan generosa lucha" fue suficiente. El reconocimiento en el ámbito nacional quedó ratificado con la incorporación de sus representantes, Jovellanos y Camposagrado, a la Junta Suprema Central. El carácter ilegítimo de su disolución, demostrado también en el texto mencionado, es también incontestable. El fondo de la cuestión, pues, no parece admitir interpretaciones. Sin embargo, es en la forma donde se identifican discrepancias razonables -y en gran medida incompatibles entre sí- que convendría resolver para situar este episodio donde le corresponde.

El Procurador General del Principado en esa época, Álvaro Flórez Estrada, era el principal responsable de las decisiones que se tomaban en Asturias. Ejercía también un importante control de la opinión pública a través de la "Gazeta de Oviedo", órgano de difusión creado al efecto. Por tanto, se sitúa a la cabeza de los perjudicados por la supresión de la Junta, tras la que se parapetaba frente al resto de las instituciones asturianas. Frente a él aparece el marqués de La Romana, cuyo conservadurismo le separa radicalmente del liberalismo exaltado de su antagonista. Lo que más diferencia a ambos personajes, en el contexto que nos ocupa, es la implicación personal de cada uno en los asuntos de Asturias. Flórez Estrada es quien de facto gobierna. El marqués de La Romana interviene desde el distanciamiento que proporciona desconocer el contexto en el que actúa. Algunos personajes insignes también juegan un papel en esta historia. Se trata de Toreno, Jovellanos y Lord Holland, y otros también muy respetados, como Andrés Ángel de la Vega y John Hoockam Frere. Completa la nómina el capitán Carrol, adscrito al servicio secreto del Foreign Office británico. Conviene aclarar respecto a este último que sus actuaciones son, en la gran mayoría de los casos, producto de su propia iniciativa y no derivan de órdenes superiores. Ello sucede por ejemplo con la reconvención que dirige a la nueva "Junta de La Romana" acerca de lo que la Junta depuesta debería haber hecho y no hizo.

Pasando al asunto de las formas, son varias las cuestiones que quizás convenga revisar. No me voy a detener, por haberlo analizado en otro lugar, en cómo Flórez Estrada y los suyos se resistieron a aplicar el Reglamento de las juntas superiores provinciales de Observación y Defensa de 1 de enero de 1809, manteniendo durante cuatro meses el término de "Suprema" en la denominación de la Junta asturiana. Tampoco voy a insistir en la impertinencia del uso del término "golpe" para describir la actuación del marqués, un uso con tanto éxito como yerro que, curiosamente, abunda en un reciente y peculiar volumen de documentos (los más relevantes, ya publicados anteriormente) relacionados en parte con la temática. Parece más interesante ahora cuestionar otras cuestiones formales, como, por ejemplo, la supuesta violencia del acto de supresión de la Junta. Es posible que Toreno sea el responsable de la propagación exitosa del modo en que, presuntamente, actuó José O'Donnell:

? penetró en la sala de las sesiones el coronel D. José O'Donnell con 50 hombres del Regimiento de la Princesa, haciendo en ello un pequeño y ridículo remedo del 18 Brumario de Napoleón. Cedieron los vocales a la violencia, sin dejar de hacer fuerte y enérgica oposición, señaladamente D. Manuel María de Acevedo?

Conviene en todo caso recordar que el autor de este texto no fue testigo presencial de lo que narra. Resulta inverosímil imaginar a O'Donnell y sus 50 granaderos, con sus armas, abarrotando una estancia de 9,65 x 9,70 metros, ocupada además, cual camarote de los Hermanos Marx, por los miembros de la junta depuesta y el personal al servicio de los mismos, mobiliario aparte. Según indica -sin citar fuente- Álvarez Valdés, O'Donnell impidió que se consignasen en el acta de esta intempestiva sesión las presuntas protestas de los allí presentes, cuyos nombres conocemos. Y aunque no consta referencia alguna al hecho de que O'Donnell hubiese dictado el contenido del acta de esa sesión, la cual registra una versión pacífica y correcta de la forma en que se llevó a cabo la inesperada visita, hay que aceptar la posibilidad de que supervisara su redacción. De todos modos, por muy gallardos que fuesen los miembros de la Junta depuesta, resulta también inverosímil imaginar una protesta generalizada en presencia de una fuerza armada tan imponente. Quien conserve en la retina la repentina 'invisibilidad' de los diputados españoles durante el asalto al Congreso del 23F tendría que caer rendido de admiración ante el arrojo demostrado doscientos siete años antes por los próceres asturianos.

Un segundo matiz relativo a cuestiones formales, algo más complicado pero no por ello eludible, es la supuesta arbitrariedad del marqués a la hora de adoptar la decisión de destituir a los miembros de la legítima Junta. Se ha demostrado que la Junta Central encargó al general Caro que acudiese a Asturias para interesarse por la forma algo dudosa en que se estaba desarrollando la gestión política y militar de la provincia. Hay testimonios acerca de las visitas que recibió La Romana en Galicia de personajes disgustados con la forma de gobernar de la Junta asturiana, los cuales le instaron a acudir a Oviedo para resolver las irregularidades achacadas a sus miembros. A todo ello se suman las quejas de Carrol y su insistencia en la necesidad de una intervención del marqués. También hay testimonios de que, una vez en Oviedo, La Romana mantuvo contactos -y discrepancias- con los miembros de la Junta. La actuación del marqués fue imprudente y errónea, pero no parece que pueda ser tildada de arbitraria. Y esta no es cuestión baladí. Desde estas líneas se sostiene que La Romana fue un mero instrumento de los opositores a la Junta, quienes le convencieron e indujeron a actuar de forma ilegítima, haciéndole con ello un daño personal irreparable que le haría pasar a la historia (en España) como único responsable de los hechos. El término "arbitrario" se define como "sujeto a la libre voluntad o al capricho antes que a la ley o a la razón." La Romana no estuvo guiado por un capricho, ni por su libre voluntad. Ni se ciñó, como debía haber hecho, a sus atribuciones legales. No actuó acertadamente, pero tampoco estuvo guiado por la arbitrariedad. Fue utilizado.

La forma en que reaccionaron ante todo ello algunos de los personajes más relevantes de la época no fue tan lineal como se ha sostenido. Según creo haber demostrado en un trabajo anterior, la actitud de Jovellanos frente al modo de actuar del general Caro sufre una evolución que le hace pasar del rechazo, influido por sus relaciones con muchos de los grandes perjudicados, especialmente Flórez Estrada, a la incredulidad y, por último, a la benevolencia. La opinión de Lord Holland evoluciona igualmente, aunque en este caso desde una actitud de aprobación de los fines y reprobación de los medios, hasta el rechazo, también, de los propios fines. En Inglaterra, por cierto, La Romana gozó siempre de gran prestigio. A ello contribuyó su amigo Frere, quien expresaría también por escrito su consideración de las actuaciones del marqués como acertadas, a la vez que calificaba a la Junta asturiana como "una de las peores y más obstinadamente provincianas de todas las juntas provinciales, con la clara desventaja de ser muy impopular en su propia región". El posicionamiento expreso e incontestable de Andrés Ángel de la Vega en apoyo de las medidas impuestas por el marqués, finalmente, induce también a la reflexión.

Sí parece atribuible al marqués algo que apenas se le ha achacado, como es el dudoso e involuntario mérito de haber precipitado la primera ocupación francesa de Asturias. La invasión simultánea por los tres flancos posibles (sur, este y oeste) al mando de Ney, y diseñada por Napoleón, no tuvo parangón en ninguna otra región española y era desproporcionada respecto a la capacidad defensiva de la región. Solo se explica por la presencia de La Romana, quien era, junto con Palafox, la "pieza" más codiciada por el emperador francés. En cualquier caso, la ocupación francesa de Asturias diluiría los efectos prácticos (que no psicológicos) del cambio impuesto por el marqués de La Romana en la Junta: Demasiado ruido para pocas nueces. Pero claro, la dignidad del venerado Flórez Estrada había sido ultrajada.

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