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La muerte tenía un precio

Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?"

("Hamlet", Shakespeare)

Reproduzco este inolvidable texto de "Hamlet", tal vez el soliloquio con más calado de la historia de la Literatura Universal. Dos razones hay para ello. Una, el homenaje a los 400 años del nacimiento del Bardo de todos los tiempos; y dos, que sus textos siguen tan actuales como el primer día que vieron la luz. Se pregunta en los albores del siglo XVII el inmortal Bardo, por boca de Hamlet, si con la muerte se acaba todo: las aflicciones, los dolores y el patrimonio de nuestra naturaleza. No responde, en el aire queda la pregunta, para que años más tarde Dylan nos diga que "la respuesta está en el viento". Y, además de Dylan, la respuesta nos la dan, más prosaicos y tiranos, nuestros gobernantes con una normativa hacendista que obliga a los asturianos a ceder en el sueño después de la muerte "el patrimonio de nuestra débil naturaleza" (un piso de dos habitaciones y cuarto de baño, cuatro euros en fondos de inversión y un Ford Fiesta del siglo pasado) a las arcas del Gobierno, vía impuesto de sucesiones, y dejar a los nuestros, a los hijos, con una mano adelante y la otra atrás, por una razón, con la que está cayendo es posible que carezcan de efectivos para pagar el innombrable impuesto. El Gobierno usurpa las herencias de sus ciudadanos. Oiga, créame, nos estamos en el Medioevo, sino en pleno siglo XXI. Asturias es un feudo donde además de expoliar a sus vasallos con diezmos y primicias lo hace también con sus herencias. Y, ya sabe, esos bienes pasan a una subasta pública, y los buitres, siempre al acecho, por cuatro duros se quedan con nuestro patrimonio que, a fin de cuentas, era el pan de nuestros hijos. Por cierto, por el que pagamos nuestros impuestos puntualmente.

¡No me lo puedo creer!

Ja, lo que no se va a creer ahora, amigo, es que eso pasa en el Principado de Asturias. Pero no en otras comunidades de España. O sea, que si usted se muere en Cantabria o en las Islas Canarias, por ejemplo, sus hijos cobrarán la herencia, serán felices y comerán perdices. Y aquí no la cobrarán o se endeudarán y comerán leches en vinagre.

¡Qué verde era mi valle! Qué ilusos, años ha, cuando pensábamos que podríamos vivir con dignidad y morir a gusto en nuestra Asturias del alma. No contamos con la banda de los macarras que expulsó a nuestros jóvenes allende los mares o la estepa, porque aquí se han cargado los pocos puestos de trabajo y los que quedan van a los amigos o a los amigos de los amigos. Y, ahora, llega el turno a los muertos. Por supervivencia de nuestros hijos, los padres nos vemos obligados a buscar nuestro cementerio de elefantes al otro lado del río Eo o de la ría de Tinamayor, en Unquera, por ejemplo.

En Asturias vivir no es fácil, morir menos.

Lo que no ha conseguido ningún gobierno, éste lo ha hecho: vaciar también los cementerios.

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