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De Yorkshire a Asturias

Hoy los ciudadanos británicos votan si siguen perteneciendo o no a la Unión Europea. Ayer la malograda Jo Cox hubiera cumplido cuarenta y dos años de no ser porque un demente la asesinó hace unos días, al parecer por estar en desacuerdo con la posición que ella defendía con respecto a ese referéndum. El domingo (les supongo al corriente, no se vayan a despistar) se celebrarán elecciones generales en nuestro país. Otras, sí, pero que no garantizan que vayan a ser las últimas del año vistas las perspectivas señaladas por las entidades demoscópicas. Esto da pie a comparar algunos aspectos de los procedimientos que rigen la política de ambos países.

Doctores tiene la Iglesia y catedráticos de derecho constitucional las universidades, algunos de los cuales escriben frecuentemente en estas páginas con mucho mayor conocimiento que el propio. Que no hay sistema electoral perfecto es algo ya no sabido sino a su vez asumido en todas las democracias, pero si hay algo que desearía trasladar a este país nuestro desde el Reino Unido es la indelegable responsabilidad de la representación de los electores que recae en cada uno de sus parlamentarios.

Jo Cox fue atacada a la salida de la consulta periódica que todo diputado de la Cámara de los Comunes ha de mantener con los ciudadanos a los que representa. Dado que las circunscripciones son unipersonales los británicos se refieren a cada uno de ellos como su "local MP", esto es, su diputado, ese señor o esa señora con nombre y apellidos que representa a los habitantes del lugar donde vive. Los de Batley & Spen en el norte de Inglaterra la habían elegido a ella, miembro del Partido Laborista, pero no a Ed Miliban que perdió las elecciones con Cameron, ni a Jeremy Corbyn que le sucedió al frente del partido. Es más, con su desaparición no es automáticamente sustituida por otro candidato laborista sino que su reducido espacio en las bancadas verdes de los Comunes habría de ser cubierto mediante un nuevo sufragio. Dada la excepcionalidad de la ocasión el resto de los partidos han optado en este caso por no reclamar ese derecho que les asiste.

La circunscripción electoral asturiana aportará ocho diputados al Congreso a partir de este domingo. Más allá de los cabezas de lista, y no en todos los casos, ¿ sabemos los ciudadanos a quiénes elegimos ? Desgraciadamente nos vemos obligados a meter una papeleta en la urna donde han caído a granel algunos nombres previamente colocados por los aparatos de sus partidos y una vez que el señor d'Hont haya hecho sus cálculos es cuando conoceremos el ochote que entonará, inevitablemente de forma desacompasada, las tonadas de esta región en Madrid. ¿Y a qué gato le pondremos el cascabel? No podemos saberlo ya que la responsabilidad quedará diluida entre todos ellos y aún peor, en el magma del grupo parlamentario al que quede adscrito cada cual. Este sistema perverso no solo nos penaliza a los electores sino también a los buenos políticos, que los hay y no en pequeño número, que trabajan dedicándonos su tiempo y su esfuerzo pero que quedan mimetizados con la mediocridad y la desidia de aquellos otros que no cumplen la misión para la que fueron elegidos.

En su breve discurso de presentación ante los Comunes el pasado año la diputada Cox alabó el carácter reivindicativo de sus dos predecesores, Elizabeth Peacock y Mike Wood. Nada noticiable si no fuera porque aquélla era miembro del Partido Conservador. ¿Podríamos imaginar algo así hoy en nuestras Cortes? Me temo que el cainismo con el que se comportan nuestros próceres de un tiempo a esta parte lo hace impensable. Es otra ventaja de la independencia que comporta ser el único depositario de la confianza de sus conciudadanos, a veces de forma extrema. En la citada bienvenida la desaparecida parlamentaria les recordó a los diputados "tories" el caso de la pérdida de la confianza del entonces primer ministro laborista James Callaghan por un solo voto en 1979. A aquella sesión no pudo asistir por hallarse gravemente enfermo Alfred Broughton, parlamentario laborista que moriría unos días más tarde cuya circunscripción coincidía parcialmente con la actual de la señora Cox. Su presencia en la Cámara o una eventual pero no permitida delegación hubiera cambiado el resultado de la moción. Al parecer el compromiso de los diputados británicos sólo expira con una nueva elección o, como en el caso de ambos, con su muerte.

Son cuestiones propias de un sistema parlamentario que con sus imperfecciones lleva rodado ya mucho tiempo. Esto recuerda la anécdota, apócrifa o no, del noble inglés a quien le preguntaron por el secreto de la perfección del césped de su mansión. "Es sencillo -contestó- sólo hay que preocuparse de segarlo en uno y otro sentido alternativamente". Y ante la expresión de incredulidad de su interlocutor añadió: "Pero no deje de hacerlo así durante al menos tres siglos".

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