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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Xovellanos y "El sí de las niñas"

Tras cinco años de espera, a finales del mes de enero de 1806 subía a las tablas la obra más conocida de Leandro Fernández de Moratín, "El sí de las niñas". El argumento de la comedia, se lo recuerdo, es sencillo. Una joven de 16 años, educada en un convento, viene obligada a casarse, por deseo e interés de su madre, con un varón de 59. Ella, sin embargo, ama a un joven, Carlos. Cuando el pretendido esposo, don Diego, conoce esa situación, renuncia al compromiso y bendice el matrimonio de los jóvenes. "Esto resulta del abuso de la autoridad, de la opresión que la juventud padece; estas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas". La tesis, pues, bien simple: son los jóvenes quienes deben elegir a sus cónyuges ("el amor, no el deber", diríamos hoy).

En 1806 precisamente, Xovellanos, que sigue preso en Bellver, escribe una carta a su sobrino Baltasar González de Cienfuegos, quien lleva sus asuntos aquí, en Xixón y Asturies. Y, entre otras cosas, le habla de una pupila de quien tienen la tutela, Manuela Blanco, que se va acercando ya a la edad núbil. Esto es lo que le dicta: "Pues que la pupila toca ya en la edad en que es más digna de nuestro cuidado, no puedo dejar de indicarte cuál ha sido siempre mi modo de pensar acerca de su establecimiento. Ante todas cosas es preciso contar con su gusto, pues ningún partido contrario o repugnante a él puede ser bueno. Si descubriere alguna inclinación honesta en sujeto que pueda hacerla dichosa por sus prendas de talento y virtud, es justo irse con ella, aunque no la iguale en bienes de fortuna, si ya no desdijere notablemente de su calidad. Pero, si se hallare indiferente en este punto, como supongo, conviene buscarle luego un novio siguiendo esta misma idea y prefiriendo siempre no el más ilustre ni el más rico, sino el que, por la reunión de sus buenas [cualidades de cuerpo y de espíritu, pueda hacerla más dichosa, y al cual ella dé su plena y libre aprobación. En suma, creo que los tutores deben hacer en este punto lo que haría, no un padre de los que sólo tratan de ilustrar y enriquecer su familia a costa del gusto de sus hijos, sino un padre prudente y virtuoso que busca ante todas cosas su felicidad. Y como en punto de tutela este es el principal cargo de nuestra conciencia, y del cual no puedo yo prescindir aun en medio de mi desgraciada situación, espero que cuidarás de consultarme cuanto se piense hacer en el caso".

El nuevo espíritu de los tiempos, la misma fecha.

Pero, quizás, junto a esa doble manifestación del espíritu de aquellos nuevos tiempos convenga hacer una reflexión literaria. Desde el punto de vista del espectador, "El sí de las niñas" no presenta una relación amorosa tan rupturista como nos lo podría hacer suponer la demora en llegar a las tablas o el que la Inquisición la prohibiese durante veinte años, pues, a fin de cuentas, la solución del compromiso matrimonial-social entre la joven Paquita y don Carlos viene a dulcificarse al descubrirse éste como sobrino del preterido don Diego, y por lo tanto su "calidad" y fortuna lo hacen digno de ella (y aceptable por la codiciosa doña Irene, la madre de la novia). No es una solución distinta a la que, de forma melodramática, encuentra Cervantes en "La ilustre fregona" o "La gitanilla", o Lope de Vega -a través de una añagaza- en "El perro del hortelano" (¡qué magnífica película la de Pilar Miró!) para solucionar connubios entre desiguales: hacer iguales en estado y lustre a los que, en principio, no lo eran o no lo parecían.

Es cierto que en la obra de Moratín no es lo primordial la igualación del estado de los enamorados, sino la voluntad de los contrayentes, como lo es en Xovellanos. Pero ambos, el madrileño y el xixonés, entienden que esa voluntad ha de tener una base sólida, un razonable asiento en la realidad sobre el que apoyarse: "Si descubriere alguna inclinación honesta en sujeto que pueda hacerla dichosa por sus prendas de talento y virtud, es justo irse con ella, aunque no la iguale en bienes de fortuna, si ya no desdijere notablemente de su calidad".

No estamos aún en la pasión desatada y el albedrío sin límites -al menos aparentemente- del Romanticismo.

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