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Cien líneas

Calles

Los nombres de las calles se pueden cambiar, faltaría más. También la propia denominación de la ciudad. Incluso cabe cambiar la ciudad entera que es lo que hizo el PSOE con su golpe de Estado de 1934: no quedó piedra sobre piedra. Llegaron a volar la Cámara Santa, claro objetivo estratégico. Culturetas. Iban a llamarla Prietogrado -en honor del malvado dirigente socialista- pero la ciudad demostró que es heroica e invicta y no cuajó el feroz empeño. En fin, el mismísimo Naranco no existía en el paleozoico así que hasta el relieve es pura dinámica y no digamos el solar sobre el que se asienta el tri Ayuntamiento.

Se puede, se puede y se puede. No hay duda. Lo que no se vale es:

1) Perjudicar a los vecinos con modificaciones carísimas, generadoras de pérdidas, olvidos, líos y otros mil inconvenientes.

2) Realizar cambios desde el odio, la revancha, el rencor y el resentimiento.

La ley de memoria histórica -o como oficialmente se llame- está ahí, en vigor y al mismo tiempo con una montaña de deslegitimación encima porque es genuinamente guerracivilista. Y lo último de lo último de lo último que los ovetenses podemos hacer es regresar a esas coordenadas de horror.

Hay que recordar una vez más que en la madrugada del 13 de julio de 1936 los pistoleros de la motorizada de Indalecio Prieto -el destructor de Oviedo- asesinaron a Calvo Sotelo y lo intentaron con Gil Robles y Goicoechea: con todos los líderes de la oposición.

Pues bien, Prieto tiene calle en Oviedo y no seré yo quien postule retirarla aunque me indigne.

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