La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Clave de sol

Aquel Sella años sesenta

Allá por los años treinta del pasado siglo, los primeros descensos del Sella? lo fueron por el Piloña. Dionisio de la Huerta y unos cuantos de los suyos pasaron pronto a la corriente del río padre de la fiesta madre. El Sella, como digo. Y, andando el tiempo, tras el paréntesis de los años bélicos, lo que fue una aventura de verano, sin dejar de ser tal, quedó hecha historia.

Reanudado el Descenso, fue tomando volumen, surgía el tren fluvial, con sus apeaderos campo a través, y entre los años 50 y 60, con la primera motorización y la aparición del 600, surgía el acompañamiento por aquellas carreteras imposibles cerca de la ribera. Lo demás es conocido: la declaración de Interés Turístico, el renombre mundial, el festejo asociado al Descenso.

Este éxito creciente trajo también sus servidumbres: la circulación, los estacionamientos, los servicios, alojamientos, limpieza, sanidad, información, orden público? No era sólo una prueba deportiva, sino a la vez un festejo de proporciones crecientes que desbordaba todas las previsiones, con enorme creatividad, incluso con la creación de tradiciones y de personajes asociados como Neptuno y los Tritones.

La explosión de iniciativas marginales llevó hace medio siglo a que algunos comentaristas de los medios informativos -entre ellos, uno mismo- abogaran por la conveniencia de cierta contención de lo festivo para no convertir el Descenso en un Carnaval. Y, de paso, para no restar protagonismo al sustancial carácter del acontecimiento, que era lo deportivo: "El Descenso tiene suficientes alicientes para no buscar más".

Dionisio (de la Selva, se decía) era imaginativo, con inventos como el "tapagüeyos" y otros por el estilo. Eso sí, advirtiendo en los carteles: "Haz lo que quieras, pero sin molestar a los demás". Tal vez los comentaristas de entonces pecáramos de ser demasiado precavidos.

Compartir el artículo

stats