La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Cacerías

Conversaciones ajenas, divertidas, lastimosas, sorprendentes, cazadas en la playa o en las terrazas de bares y cafeterías

La playa es un lugar de gozo para mucha gente que disfruta del mar, del sol, de la lectura en la hamaca o en la toalla extendida en la arena o paseando por el agua para someter a piernas y pinreles a una beneficiosa hidroterapia; pero también hay quien se extasía escuchando conversaciones ajenas, historias que harían reír o estremecerse a los cipreses y a la piedras del Campo Santo.

"Fíjate si es zorrampla, una vulpeja de meter miedo que no tiene conmigo lo que se llama una amistad, amistad sólida, sino que nuestra relación es simplemente la de cruzar cuatro palabras cuando nos encontramos en la calle o en la cola de la pescadería, y va y me suelta de sopetón que había viso a mi marido varias veces tomando café con una que no le había dado buena espina y que? La corté sin pamplinas ni contemplaciones para preguntarle que a cuál de mis maridos se refería, ya que yo tenía más maridos que la samaritana del evangelio. La dejé patitiesa y, desde entonces, ya no se atreve ni a mirarme", le contó una joven fornida de bikini color fucsia a su oyente, una anciana pitiminí con cara de pajarito y de bañador negro, que le pió muy dulcemente que respetara los santos evangelios. La otra soltó una carcajada estruendosa y, medio empapizada por la risa, balbució: "Venga, tía Glorita, que tú le levantaste el novio a tu prima Hortensia, casi en vísperas de la boda". "Eso no es exactamente verdad", protestó la señora mayor, "pues lo cierto es que Tensi le había puesto los? Bueno, le había sido infiel con un hermano de él, ya casi cuñado de ella y, como era muy amigo mío, me lo contó todo y lo consolé y, sí, nos casamos". "No quiero discutir", dijo la sobrina, "no vaya a darte un soponcio que me dé a mí una muerte súbita y demos el cante. Pero mi madre me contó la versión de que tú se lo robaste y creo a mi madre, porque nunca me mintió y no iba a hacerlo metiéndome una bola acerca de que le birlaste el novio a tu prima. De todos modos prefiero hablar de otra cosa, con tal de que no sea de política, porque estoy hasta los pezones y las trompas de Falopio de ese trajín de la investidura de Rajoy; lo que es por mí, me gustaría que no lo invistieran y lo desvistieran y que hiciera toda la ceremonia en pelotas o, al menos, en gallumbos. Pero no, no, porque, madre mía, ganaría una carrapotada de votos del colectivo de nudistas que es muchisísimo mayor de lo que piensan los tapados que creen que los pro-nudismo son cuatro pelagatos. ¡Huy!, no quiero creer lo que creo que acabo de ver, como es a la chiflada de Humbelina con José Porfirio, porque ayer mismo me mandó un mensaje diciéndome que estaban en Sorrento, pasándoselo de rechupete, y que se irían unos días a Capri. Desde pequeña fue una mentirosa, una fabuladora, siempre haciendo cosas raras, como dejar de escuchar y tocar a Bach, cuya música, según afirmaba con los ojos en blanco, la hacía levitar hasta gran altura, muy lejos del suelo, desde que se enteró de que ese apellido alemán significaba arroyuelo, lo cual le parecía horriblemente vulgar".

"No me choca nada", apostilló la mujer mayor, "ya que Deli, su madre, que en paz descanse, aunque puede que siga dando guerra en el más allá, estaba también turulata. Pues, a punto ya de morirse, obligó al marido, padre de tu amiga, a que le jurara que la embalsamaría y la vestiría con el traje blanco bordado en plata y oro de su ropero, y que le metería las piernas en la cola de sirena de seda verde y pedrería azul que se encontraba también en el armario, y que no quemaría su cadáver en el tanatorio ni tampoco lo inhumaría, porque le horripilaba pensar en ser devorada por los gusanos y las moscas azules de la putrefacción de la carne, sino que lo colocaría en un cofre refrigerador para que su cuerpo permaneciera incorrupto; y haría lo mismo con 'Bel', su gata: la embalsamaría y la colocaría junto a ella; y en cuanto al cofre, lo situaría en la bañera de su cuarto de baño".

Se quedaron las dos silentes y pensativas, y toda la gente de alrededor que fingía leer novelas, diarios y revistas se revolvió inquieta, pues sin duda todo el personal deseaba saber si el marido había cumplido escrupulosamente todas las exigencias del juramento. Sin embargo, en seguida todas esas personas, incluidas ellas dos, la tía Glorita y su sobrina, se pusieron a escuchar con suma atención la disputa entre una joven y uno no tan joven. Ella aseguraba que lo mejor para la nación sería que Rajoy se hiciera del PSOE y que Sánchez se afiliara al PP, pero sin romper sus respectivos carnets de socialista y de pepero y que de inmediato, sin un respiro más, se pusieran remangosos a gobernar en amor y armonía, como buenos camaradas.

"Anda, por favor, Luchi, déjate de decir memeces. Solo abres la boca para soltar inconveniencias. Aburres al santo Job. No sé si te gusta hacerte la estúpida o de verdad lo eres".

Luchi, muy airada, se levantó, dobló su toalla, la enrolló, la metió en su capazo de mimbre color malva y le arreó con él un bolsazo en la cara del no tan joven, que hizo que le cayeran "sus caras gafas de sol de Fendi", le gritó a ella que, a su vez, le gritaba que estaba harta, reharta de que no parara de insultarla llamándola boba, necia, cretina, mentecata, como si él fuera Tales de Mileto y no un puto contable y machista de mierda.

Y echó a correr con las chanclas en una mano y la cesta en la otra, mientras él limpiaba sus gafas, moviendo la cabeza de un lado a otro, y la gente de alrededor escuchaba ya con suma atención a una señora muy enseñorada que, bajo su sombrilla y con su dulce acento cubano, le estaba dando a otra la receta del delicioso arroz congrí.

Sí, es verdad que durante el verano, en el playa o en las terrazas de bares y cafeterías, se cazan historias divertidas, lastimosas, sorprendentes, más o menos ricas desde el punto de vista literario y que resultan una cacería más amena que la de ir corriendo con la lengua afuera por plazas, glorietas y calles para atrapar a Rattata, a Pidgey, a Eevee, a Magikarp, a Caterpie o a cualquier otro fantasma Pokémon. Pero lo cierto es que sobre gustos no hay casi nada escrito, aunque sí mucho dicho con muy pocos acuerdos, de modo que no se sabe con seguridad cuántas personas existen que prefieran el huevo frito al pasado por agua o que la pareja ronque ruidosamente a que hable en sueños, recitando el Canto Primero de la Iliada.

Por lo que respecta a gustos estrambóticos, conocí a una gallega de Pontedeume, Farruca Sarmiento, que conservaba sus orines en la nevera y le chiflaba bebérselos en una jarra de cerveza, algo que recomendaba encarecidamente, porque la urea protegía de virus y bacterias. Habrá quien diga que ese remedio es peor que cualquier enfermedad, pero no es un cuento que Farruca se murió centenaria sin haber sido jamás medicada.

Compartir el artículo

stats