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Alberto Menéndez

Menudo marrón

El líder de los socialistas asturianos, Javier Fernández, es en estos momentos el principal candidato a presidir la comisión gestora del PSOE si es que finalmente el sector crítico de la organización saca adelante sus planteamientos y logra que Pedro Sánchez, bien por iniciativa propia u obligado por las circunstancias, deje de ser el secretario general del partido.

¡Y menudo marrón acabará comiéndose Javier Fernández si es que termina cogiendo las riendas del Partido Socialista! Porque, se mire como se mire, la situación del todavía en estos momentos principal grupo de la oposición no puede ser peor. No hay ni un solo dato tranquilizador. Todo son pegas y más pegas. Gane quien gane el pulso (más bien habría que decir la guerra interna), las expectativas del PSOE a corto e incluso a medio plazo son desastrosas.

Pero es que, además, si Javier Fernández se hace cargo de la gestora no sólo estará sometido a una gran presión a escala nacional, sino que tendrá que compatibilizar ésta con la tensión lógica derivada de su protagonismo regional como presidente de un Gobierno autonómico en manifiesta minoría, con el respaldo de sólo 14 de los 45 diputados de la Junta General del Principado.

Con lo bien que le hubiera ido al máximo responsable de la Federación Socialista Asturiana si le hubieran hecho caso en la reunión del comité federal del partido celebrado tras los comicios del 20 de diciembre, cuando propuso convocar lo antes posible un congreso del partido que procediese a depurar responsabilidades tras el batacazo electoral (con los peores resultados del PSOE desde la instauración de la democracia) y que hubiera conllevado casi con toda seguridad el relevo de Pedro Sánchez. Pero Javier Fernández se quedó solo. Ahora, nueve meses después, sí, ahora el resto de los barones regionales críticos con el secretario general socialista han acabado dándole la razón. Pero demasiado tarde, sobre todo para el propio Javier Fernández, en quien, si todo discurre como han planeado los críticos, recaería la muy complicada, a la vez que nada placentera, labor de intentar pacificar un partido roto y, lo que es peor, con posturas, en algunos casos, aparentemente irreconciliables.

Y a todo esto los españoles pendientes de que de una vez por todas haya Gobierno o que, cansina y enojadamente, se vean obligados a volver a las urnas.

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