Los vecinos de Moru (Moru, Ribesella) han celebrado estos días lo que es casi un milagro: desde 2008, a base de voluntad, rifas y peticiones vienen restaurando su iglesia, la de San Salvador (la misma advocación que la de la catedral), que estaba completamente en les murueques. En los próximos años piensan rematar la obra, especialmente la recuperación de las pinturas murales.
A mí me emociona este sentido patriótico de tantos vecindarios que laboran denodadamente por recuperar su patrimonio cultural, material o etnográfico. Porque no tengo duda, además, de que muchos de los enfotaos no serán creyentes o practicantes de diario, sino, simplemente, patriotas del lugar.
Y reflexiono sobre cómo es posible que ese patriotismo de lo inmediato sea en Asturies tan abundante y generoso y que, sin embargo, nos sea imposible a los asturianos articular un patriotismo de lo colectivo, del conjunto de Asturies, cosa que, acaso, solo acontece cuando los asturianos nos encontramos lejos de nuestra tierra; aunque, si miramos para la herencia indiana, es posible que tengamos que rendirnos a la evidencia de que nunca ha existido más patriotismo asturiano que el del lugar.
El conflicto que enfrenta al gobierno ovetense con los trabajadores de Recaudación me parece responder a otro tipo de patriotismo: el patriotismo de la ideología, ese ente de razón que hace ver el mundo desde el prejuicio de nuestras ideaciones. En virtud de eso, y sin más perspectiva de ganancias para la ciudad, los rectores del Ayuntamiento no solo están dispuestos a perjudicar a un grupo de trabajadores, sino que, posiblemente, acabarán teniendo que aumentar el coste del servicio en los tribunales. Este otro patriotismo, el del discurso, es otro de nuestros insularismos.
No puedo acabar sin referirme a la barbarie de esos ciudadanos que agreden en tropa organizada al cura de Versalles por un quítame allá de esas corcheas. ¿De qué patria son esos tipos?
