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Mangas y capirotes

El ridículo de la FIFA en Yokohama

Sobre la aplicación de las ayudas tecnológicas a los árbitros en el Mundial de Clubes de Japón

La FIFA se han empeñado, en una suerte de escandaloso exhibicionismo, subirse las faldas en Yokohama y, como no podía ser de otra forma, se le ha visto por la tele el plumero y las vergüenzas. Es decir, ha hecho un ridículo planetario (ya advertido en estas páginas. LA NUEVA ESPAÑA, miércoles l3 de abril de 2016) al llevar a escena un ensayo experimental chusco e imprudente. Se justifica el postureo en aras de la modernidad y la justicia. Y para calmar la bizquera de los "tecnologistas" que llevan tiempo con la matraca del "perfeccionamiento" del fútnol. Pero los experimentos, amigo Infantino, chaval, tronco -convencido estaba de que lo habías aprendido durante tu meritoriaje en la LFP española- deben hacerse con sifón y no con trilita.

Me repito, sin duda, hablando del meollo del fútbol, pero me da la impresión de que a los responsables del negociado de la FIFA les cuesta mucho entender este asunto. Por eso voy a insistir en mi manera de interpretar este juego de pasiones y devanar una madeja jodidamente enredada a la que no hay forma de buscarle los cabos. Lo del juego sencillo -parece- lo entiende el más ignorante. Pero es una apreciación inicial. La cosa se complica en cuanto la pelota echa a rodar y con ella la sociología de este deporte-espectáculo: pasiones, violencia, intereses encontrados, expectativas frustradas, ideales y banderías locales, negocios y el fervor religioso de las aficiones.

El fútbol moderno se basa en las 17 reglas de 1863 que seguían el código Cambridge, compiladas por la International Board: la FIFA y las cuatro asociaciones del Reino Unido. Son reglas inamovibles, sagradas, que únicamente han sufrido algún engorde para aclarar dudas y mejorar su interpretación. Y en la cúspide de este reglamento, en la regla 5ª, el referee como juez supremo, con decisiones definitivas e inapelables. Un árbitro que ejerce su función en calzón corto y a la carrera, y que más que aplicar el reglamento, lo interpreta. La autoridad, el de negro que tanto vamos coloreando, es por tanto casi la parte central de este dramatis personae. Aplica la ley, sus zonas de sombra que son las esenciales, según su criterio. De alguna manera crea la realidad, que no puede desmentirle o que es igual que lo haga. Y no sólo juzga acciones concretas, objetivas; entra también -debe entrar, no lo olvidemos- en las intenciones. ¿Se equivoca el árbitro? A menudo. ¿Sus decisiones erradas deciden algunos partidos? No algunos, bastantes. ¿Tenemos alternativa al error, al factor humano? Ninguna. Querámoslo o no, al final, en lo mollar, siempre estará el poder libre y discrecional, prudencial y proporcionado de un árbitro. Aunque vengan ahora con el sainete del videoarbitraje.

Para valorar esto no se puede vivir en la inopia conceptual del fútbol o en la argumentación apasionada de una barra de chigre. Ni aun siendo estos inventos perfectos, con decisiones incontestables (que nunca lo serán y si algún día lo fueran, terminarían por pinchar el balón), deberían de tener aplicación salvo para hechos objetivos, como, por ejemplo, el ojo de halcón que solo determina si entró o no el balón. Que otra cuestión es el coste sólo de esta "fruslería" que, por ejemplo, en el Mundial de Brasil no fue necesaria en ni ninguno de los partidos y en el última Eurocopa sólo se produjeron dos consultas. El invento, en fin, no resuelve nada. Ofrece para cada solución un problema. No le cubre las espaldas al árbitro sino, antes al contrario, se las abre. Esto no es el bálsamo de fierabrás ni la pózima mágica. En definitiva, ganas de liarla parda cada domingo.

Lios vendrán -ya han venido-, con el penalti, los penalties, que deciden tantos partidos. ¿Hubo o no intención en el infractor? ¿Se produjo éste con fuerza o violencia desproporcionada? ¿Hubo simulación o engaño por parte del defensor? ¡Átenme esa mosca por el rabo! Esto es más inextricable que el misterio de la Santísima Trinidad, aunque el maestro Alfredro Di Stefano ya me lo explicó con bastante claridad: " ¡Che! ¿Lo cobró o no lo cobró el referee ?" Esa es la unica cuestión.

Otro argumento incuestionable para rechazar la aplicación sistemática del VAR (Video Asistant Referee) es la interrupción del juego. Éste es un continuum. El fútbol vive de su propia dinámica. De la continuidad, la excitación, el ritmo, la sucesión de lances, como ya hemos escrito. Porque, ¿quién vuelve de nuevo las aguas a su cauce, cómo se reanuda el juego y el entusiasmo de la acción primera, cuáles hubieran sido y serán ahora sus consecuencias si se para un partido para consultar un fuera de juego y se comprueba que no hubo tal?.

La chuscada de las consultas en el América-Real Madrid con el gol-no gol-gol de Ronaldo solo sirvió para cachondeo general y para que el "¿instant replay?" en el 92,59 le sacara los colores al árbitro por culpa de los que se atrincheraban detrás de los monitores. El partido, en terreno neutral y en un país poco dado a las pasiones futbolísticas, no ofrecía riesgos de ningún tipo. Pero sitúense en un Barcelona-Madrid, un Betis-Sevilla, un Milán-Inter, un River Plate-Boca o un Manchester City-United jugándose la Liga y que en los minutos de añadido ocurra lo mismo que en Yokohama. Es más: que como resultas de la anulación y consecuente prolongación, la jugada llegue al área contraria y se produzca gol. Si se observara con posterioridad que el primer gol anulado realmente era válido, que ocurriría con el segundo?. Tres o cuatro minutos después quien va a soportar el peso de cien mil personas fuera de sí? ¿son conscientes los "visionarios tecnológicos" de la violencia potencial que pueden generar estas decisiones?.

No es serio lo que está pasando. Y menos lo que puede pasar. Otra cuestión es quién paga la factura de las máquinas, las cámaras y los muchos funcionarios que se necesitan. Tendríamos así partidos con VAR y sin VAR. Encuentros de ricos y pobres, Ligas diferenciadas y perderíamos una de las claves de este maravillosos invento, su uniformidad y su universalidad. Por otra parte, aquí aflora también el desacuerdo de UEFA que no está por la labor del cambio. ¿Qué hacemos entonces, separamos al fútbol como al antiguo boxeo en dos organizaciones y reconocimientos?.

Querido Infantino, no tienes un pelo de tonto. Deja las cosas como están y haz pruebas en tu Home FIFA de Zurich con el futbolín. El fútbol -me vuelvo a plagiar- vive de la pasión y el enredo. Es un juego simple y a la vez complicado. Necesita del árbitro y de su error, que, como el del portero, el defensa o el delantero, forma parte de la misma esencia del juego. ¿Evitar errores?. El sistema este de la señorita Pepis los agrava. Pero es que de errores y goles vive el fútbol, así se retroalimenta, porque nació como una disputa, una batalla, un plelito. Esa es su contradicción, su singularidad y su morbo. Esa es su Ley. Y su capacidad para convertirse en la mayor expresión social del mundo.

Devuelve al desván presidente el Cine Exin que te ha traído Papá Noel. No se puede romper el juguete para ver lo que tiene en su interior ni matar la gallina de los huevos de oro y dar con unos menudillos.

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