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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Internet: la mano de Onán

Manifestaciones emocionales en torno al conflicto de Siria, de Alepo en particular

Diciembre, 16. Entrega de los Premios de la Crítica de Asturies. El poeta Fernando Beltrán realiza un brillante, poético y emocionado discurso. De pronto, un sintagma: "todos somos Alepo", en recuerdo de los niños, las víctimas, los hospitales bombardeados de la ciudad. El público, empático, se arranca a aplaudir. Tardo en hacerlo. En primer lugar, porque soy muy renuente a las emociones colectivas. En segundo, porque tengo mis dudas: ignoro para qué vale aquello, cuál es su utilidad.

Cuando lo hago, algún axón de mi cerebro conecta con el mundo de internet. Ahí también llevan produciéndose desde hace mucho tiempo esas manifestaciones emocionales en torno al conflicto de Siria, de Alepo en particular, algunas con expresión escrita, otras sólo mediante el uso de iconos y aseveraciones icónicas. De entre las escritas unas muestran dolor o piden que se haga algo. La mayoría contienen execraciones e imprecaciones; deprecaciones acaso para que se intervenga o se ataje la masacre. En general hacia Occidente, hacia EE UU y Europa. Pero no veo apenas -es un eufemismo, no veo nada- análisis de lo que allí está pasando: de la larga y cruel dictadura de los Assad, los intereses de la paradictadura turca, de Rusia y de Irán, apoyando cada unos sus facciones, intereses y objetivos estratégicos; las variadas milicias del islamismo? No, si acaso, y sólo si acaso, nosotros, Occidente, como culpables y responsables.

Y pienso en cómo toda esa adrenalina y esa ira convertida en clics y teclas golpeadas que pide hacer algo se levantaría otra vez en huracán digital si alguien hiciese algo de verdad para detener la masacre: enviar tropas sobre el terreno, participar en defensa de alguno de los bandos enfrentados o, simplemente, en la defensa terrestre y aérea de Alepo para cortar la masacre que ahora tanto embarga nuestras emociones.

No, no se pide hacer algo, en realidad. Se pide que algo se haga sólo y, eso sí, si no ocurre ese deseo mágico, nos echaremos la culpa a nosotros mismos, a Occidente. Nunca, por supuesto, a Putin, Asad, Erdogán o los ayatolás. Nuestra actitud es equivalente a la de realizar un conjuro, a la de impetrar de alguien indefinido (Dios o los dioses eran antes) que solucione lo que no queremos ver (lo que nos honra) ni queremos poner medios para solventar. No está muy lejos de aquel bonete apotropaico que los curas, dicen las leyendas del Ñuberu, arrojaban para que este derramase allí, y no en los sembrados, su dañina nube.

Y viene a continuación a mi consciencia el más ridículo de los conjuros que he visto en las redes, el de aquella vergonzosa campaña mundial que, bajo el lema "Traed de vuelta a nuestra niñas", pedía al criminal Boko Haram que liberase a las casi trescientas niñas nigerianas que había secuestrado para convertirlas al islam y en esclavas sexuales. No pedía a su marido que mandase tropas a liberarlas, no. ¡Qué risa la del criminal! Pura emotividad derramada en el yermo a través del globo, la de la campaña.

He ahí la funcionalidad de internet en muchas ocasiones. Solos en nuestro retrete, como el místico, descargamos nuestra compasión, nuestra ira, nuestro odio, nuestro sentido de la justicia o nuestro deseo de cometerla, sin que nuestra semilla tenga otra utilidad que la desparramarse en el suelo, en un acto intrascendente que acaso nos justifica ante nosotros, pero que carece de valor y utilidad. Al modo del pecado de Onán, quien la derramaba del mismo modo porque no quería tener hijos con la viuda de su hermano mayor, Tamar.

P.S. Ya sé que el llamado "pecado de Onán" no se cometía mediante la masturbación, sino por medio de eso que en términos vulgares denominamos la "marcha atrás". Pero, ¿qué quieren que les diga?, tratando de este mundo de ficción y fingimiento que es tantas veces la red, uno se sirve de lo que más pronto le venga a mano, digo, a la idea.

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