Son legión los socios del Real Grupo de Cultura Covadonga de toda la vida a los que les cuesta digerir el hecho de que más de un centenar de los que llegaron al club en los últimos años, tras cerrarse el polémico trámite de fusión con el Centro Asturiano de La Habana, reclamen ahora indemnizaciones a la entidad que generosamente los acogió.
Son también numerosos los socios tradicionales que aceptaron a regañadientes esa masiva entrada de nuevos asociados por la puerta de atrás, sin cuota de ingreso, pero cuyo acceso a la entidad grupista asumieron sin rechistar, con menos reparos que bendiciones, como corresponde a una sociedad heterogénea y democrática que ha dado muestras a lo largo de su extensa historia de una trayectoria intachable.
Desde el momento en que ingresaron en el Grupo de pleno derecho, los socios del Centro Asturiano se hicieron acreedores de todos los beneficios que ese estatus comporta, pero también de cada una de las obligaciones que marcan los estatutos. Y una de esas obligaciones principales es no tirar piedras contra el tejado propio.
Reclamar al club que les abrió las puertas indemnizaciones por supuestos perjuicios difícilmente asumibles no parece una decisión acertada. Decisión que, eso sí, de mantenerse podría ocasionar tensiones internas nada beneficiosas para el normal desenvolvimiento de una sociedad deportiva solvente y modélica como es el caso del Grupo Covadonga.
