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El oficio como excelencia

Celso Alonso Sanjulián supo subir, paso a paso, todos los peldaños del periodismo para convertirse en un gran profesional

Tuve con Celso Alonso Sanjulián una larga relación personal y profesional que se inició a finales de los años sesenta del siglo pasado, cuando yo era un aprendiz de periodista y él poco más que un crío que trabajaba de ordenanza en el periódico. Su misión principal era acudir a recoger los sobres en los que los corresponsales enviaban sus informaciones. Mucho primero de que irrumpiera internet y bastante antes de que el fax consumiera su breve reinado, las noticias regionales de Asturias viajaban en el Alsa, el Carbonero, Económicos o el Vasco.

Celso acudía a recoger aquellos valiosos sobres, que los corresponsales entregaban a conductores y revisores, y en el trayecto de vuelta a veces, tal como José Luis López del Valle recordaba ayer en estas páginas, cedía a la tentación de detenerse en un salón de juegos a echar una partida de futbolín. Luego, cuando ya estaba cerca del periódico, echaba una carrera para llegar con la respiración agitada y reforzar así el argumento de que el transporte había llegado tarde y había tenido que venir corriendo. Vana excusa que si se aceptaba sin más como una travesura infantil era porque lo que, para todos, prevalecía en Celso era un cúmulo de buenas cualidades que iban desde la lealtad a la simpatía, pasando, obviamente, por la capacidad para hacer frente a las responsabilidades que se le encomendaban.

Toda su trayectoria posterior fue fiel a esos principios, estimulada por una sana ambición personal que le llevó a superarse de forma constante. Convertido en una esponja que absorbía lo mejor que veía a su alrededor, fue progresando en un oficio cuyos peldaños subió paso a paso de forma concienzuda. Y así aquel niño que había entrado en el periodismo con la misión de traer en un sobre las noticias de los demás pudo demostrar que estaba tan capacitado como el mejor para aportar él mismo sus propias noticias, dándoles el tratamiento adecuado a través de los distintos géneros periodísticos.

Bastante antes de obtener el carné que le acreditaba como periodista, Celso ya era un profesional impecable, que dominaba como pocos todos los resortes del oficio, hasta elevar éste al nivel de la excelencia. Aunque se especializó en el periodismo deportivo, demostró su capacidad para abordar otras temáticas. Los diferentes medios de comunicación en los que trabajó a lo largo de su vida pudieron comprobarlo. El último, y por más tiempo que ninguno, LA NUEVA ESPAÑA.

Con todo, por mucho que aportara de su parte, sería injusto no recordar que cuando le pusieron a prueba problemas y dificultades tuvo la suerte de encontrar en Ana, su mujer, un apoyo decisivo, como lo halló también en sus compañeros del periódico. Ahora, con la satisfacción de ver a su hijo David con una trayectoria bien encauzada, le había llegado el momento de vivir una jubilación tranquila y feliz, para disfrutar de los éxitos futbolísticos de Juanín Mata, su querido y admirado sobrino, o acariciar nuevos proyectos, como esa historia de San Claudio que debía a sus orígenes tanto como a sí mismo. Ha sido una cruel paradoja que fuera Pedruño, su lugar natal, quien lo reclamara precipitadamente para sí mismo.

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