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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Síbaris, despedidas y turismo

La salida de la soltería y los excesos que conlleva

"Donde toda zafiedad tiene su asiento y donde todo ruido hace su habitación", así, aprovechando la frase de Cervantes en que, en el prólogo al Quijote, habla de la cárcel, podríamos describir las despedidas de soltero. Salvo raras excepciones, los citados actos no son más que pretextos para excesos de todo tipo, verbales, alcohólicos, sexuales; todo ello, además, sin el freno del pudor y del ridículo.

No hará falta, además, añadir que esas oportunidades para el desenfreno carecen de justificación alguna. En el pasado, la salida de la soltería era una de esas situaciones que los antropólogos califican como de "ritos de paso", la entrada en el estado adulto e independiente de forma definitiva; incluso, para la mayoría de las mujeres representaba el momento de su iniciación sexual. Nada existe hoy de todo eso: la celebración de la despedida del estado de soltería no es más que un pretexto para la folixa y, casi siempre, el desenfreno.

Por variados motivos, algunos de puro azar, Xixón se ha convertido en la capital del norte de las despedidas de soltero. Se calcula que unos 1.500 jóvenes aportan cada fin de semana (para dos o tres días) a gastar aquí su dinero y sus energías, y, casi todos, a enterrar su pudor. Como puede suponerse, ese turismo representa una aportación no desdeñable a la economía de algunos sectores.

Ahora bien, parece haberse levantado últimamente en la ciudad una oleada de prevenciones contra estos eventos. El primer efecto de ese estado de opinión ha sido el de tratar de limitar la actuación de las charangas que, en muchas ocasiones, acompañan a los mozos por la ciudad. La razón explícita: las molestias a los vecinos.

Por motivos experienciales, nadie puede estar más de acuerdo que yo con evitar molestias sonoras a los vecinos. Ahora bien, esa prevención no tiene más que dos cauces: el horario de la música, ya sea dentro de los establecimientos o en las calles, y la prohibición en el interior de los edificios. Por lo demás, no veo yo que una charanga por la vía pública en horas diurnas represente una molestia excepcional, sobre todo porque suele ser itinerante.

Pero me parece que, en esta materia, al Ayuntamiento le ha entrado el síndrome de Síbaris -ya saben aquella colonia griega en Italia que prohibía dentro de la ciudad herreros, carpinteros y gallos, para que el ruido no turbase a los vecinos-, a juzgar por las recientes limitaciones y sanciones a gaiteros y bandas de gaitas por tocar en la calle. En ese aspecto, la corporación actual parece pretender emular aquel espíritu exquisito de don Vicente Alberto cuando, en su día, prohibió vender oricios al aire libre y escanciar sidra en la rúa.

Ese espíritu sibarita no solo parece haberse fijado en el ruido de las charangas y las molestias a los vecinos, sino que desdeña las mismas despedidas de soltero por su vulgaridad. "No es el turismo que queremos", ha dicho el concejal de Turismo y Festejos. "Deseamos turismo de calidad", afirman otros. "Turismo de calidad", he ahí uno de esos tópicos de moda que nadie sabe qué quiere decir. ¿Es turismo de calidad el de quien compra una joya de medio millón de euros y no mete ruido, pero no gasta una perrona en comida o copas? ¿Qué empleo crearía eso?

El turismo, como todos los ámbitos de la economía, tiene muchos renglones, todos cuentan. En cualquier caso, el turismo abundante de mucho gasto y de poca suciedad y algarabía -que quizás es lo que se quiera decir con el sintagma "turismo de calidad"- no nos llegará con su sola invocación. Ese turismo, como otro cualquiera, está condicionado por nuestras propias limitaciones (ambientales, por ejemplo, de comunicaciones), nuestros atractivos y por cómo consigamos publicitarnos en el resto de España y en el extranjero, cuestiones todas en las que poco se hace y, a veces, de forma equivocada.

Mientras tanto, y siempre que evitemos molestias a los vecinos (¿se pone el mismo interés en evitarlas en las zonas de copas del fin de semana?), todo es bueno para el convento: son los otros los que nos eligen, no nosotros los que elegimos.

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