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Sol y sombra

Cuando el diablo acierta

El maligno está en los detalles y, además, se multiplica con frecuencia

El octogenario Alexander Kluge es un hábil difusor de imágenes literarias. Ha visto al demonio en los detalles. Lo contó, hace ya tiempo, en los relatos de "El hueco que deja el diablo", que Anagrama publicó en su día. Se trata de fogonazos producto de la investigación sobre el mal. "¿Qué elementos de la Edad Media liberan fuerzas humanas y cuáles fuerzas diabólicas?", se preguntaba Kluge.

Por ejemplo, el diablo se coló por el agujero un martes de diciembre de 1931 cuando faltaron sesenta y tres centímetros y medio para que Adolf Hitler, un ser maligno, muriese en una carretera helada de Mecklemburgo. Esos sesenta y tres centímetros que separaban la cuneta de una arboleda fueron, según el escritor y cineasta alemán, uno de los errores del diablo, que a veces se equivoca en nuestro favor y otras, en contra.

Si Hitler no se estrelló aquel día fue por obra y gracia de la Providencia, cuenta Kluge. Y añadía, en palabras atribuidas al ingeniero que inspeccionó el lugar del accidente, que hay un 90 por ciento de probabilidades de que dos vehículos, al acelerar paralelos sobre el hielo, se toquen y se estrellen. En términos físicos, lo harían con la fuerza de un proyectil, y todo ello tratándose de una historia de los primeros días del automovilismo, como perfectamente lo titula el autor de "El hueco que deja el diablo". Hitler habría tenido ahora menos oportunidades, digo en lo que se refiere a los siniestros en carretera.

El diablo no se equivocó, sin embargo, el otro día en el Manchester Arena cuando el yihadista Salman Abedi se cobró casi dos docenas de víctimas mortales. Lamentablemente el diablo está siendo bastante preciso con sus cosas. Aparte de que se multiplica.

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