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La mar de Oviedo

Pushkin

En mi reciente viaje por países eslavos me las vi con Pushkin: su casa en San Petersburgo, el Café donde esperó la muerte antes de su duelo, la ciudad Tsárskoye Seló y el Liceo donde estudió; en Riga (Letonia) me presentó a su musa, Anna Kern, la mujer del gobernador... "¿Te gusta Pushkin?", se extrañó Valerio, uno de mis guías, "¿qué leíste de él?". Mencioné dos novelas y me dijo que Pushkin, más que prosista, era grande como poeta, que le parecía imposible traducirlo sin perder su musicalidad y me recitó unas estrofas en ruso. "¿De qué poema se trata?", le pregunté emocionado; me respondió: "Yo a usted la amé, en silencio, sin esperanza, como Dios quiera que otro pueda amarla tanto...", y se lanzó a cantarlo, mientras paseábamos. No sé si me enamoró Pushkin o Valerio, pero de la mano, a orillas del Moika, también yo le canté: "Mocina dame un besín pa guardalu hasta que vuelva...".

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