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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

No era el paraíso

El capítulo final de una sangrienta correría que empezó en las Ramblas

Younes Abouyaaquoub, el artífice de la masacre de La Rambla, abatido ayer en el capítulo final de una sangrienta correría, murió sometido a la promesa que la sharia concede a cada combatiente yihadista: el sufrimiento inmediato de las balas le conduciría por autopista sin peaje a un jardín de innumerables delicias donde debían aguardarle seis docenas de jóvenes vírgenes de ojos negros y senos voluptuosos, entregadas gratuitamente a todos los deleites. El sacrificio del caído en la guerra santa (¿qué santidad puede haber en la codicia de la sangre inocente derramada?) tendría como recompensa un paraíso de dicha y confort, un jardín umbrío poblado de árboles frutales de alimentos inagotables al alcance de la mano, donde manan ríos de leche, vino y miel y brotan fuentes aromatizadas con jengibre y alcanfor.

Pero no había, en el túnel que conduce a la nada desde el último latido del corazón, ni mitológicas huríes, ni infinitas palmeras ni robustos granados; tampoco suntuosas vestimentas de seda, satén y brocado, ni abigarradas joyas. En aquel lugar de destino, oscuro y seco, en aquella estación terminal no fluía agua clara y fresca: sólo una ciénaga de arenas movedizas que se le iban tragando sin un atisbo de misericordia.

No había racimos de uva colgados de la mano de una mujer bella en aquella viña de Subirats en que encontró la muerte tal vez ansiada, sólo escozor en las entrañas por la salpicadura del plomo. Y esa visión tenebrosa del vacío le provocó una profunda contrariedad, una enorme desazón que se le agarró a la garganta como si fuera una enredadera de espinas.

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