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Un destilado del "divino" Argüelles

Semblanza del riosellano impulsor de la Constitución liberal de 1812

Servidor, como destilador de oficio que soy, he querido en mi particular alambique destilar con admiración, cariño y respeto el honor de todo un estadista como Agustín Argüelles que, en su pensar, albergó la humanidad de un gran refugio de sentimientos durante la intensa vida de este ilustre riosellano. Acercarse a su enorme personalidad está más en manos de sus historiadores, tanto de su época como al día de hoy hicieron mis amigos Lorenzo Cordero, Juan José Pérez, José Zapico y Toni Silva, con su buen y cuidado libro, sin olvidarme de otros riosellanos y asturianos.

Soy de los que piensan que siempre hay que luchar, como Agustín Argüelles hizo, por las cosas en busca del éxito, en especial, cuando conocemos nuestros límites, fortalezas y debilidades y ése fue el faro que guió su vida.

Nació en el barrio riosellano de La Atalaya y falleció en Madrid. Los 68 años de su vida entre 1776 y 1844 fueron intensos a nivel político y personal: diputado, ministro, senador, presidente del congreso y tutor de Isabel II, entre otras muchas ocupaciones al servicio de su patria.

Penetrar con intensidad en su vida es labor difícil ya que dentro de sus grandes éxitos tuvo muchas dificultades sufriendo cárcel y exilio. Supo vencerlas con su acertada palabra, su amabilidad, su perdón, su dulzura y, cómo no, también con su fuerte temperamento dentro de esa etapa convulsiva de la historia de España.

Pienso que lo vivió desde niño en la riosellana casa de los Argüelles, que fue uno de los refugios más visitados por Jovellanos y el Conde de Toreno, amigos de su padre José, en las animadas tertulias presenciadas por Agustín, aquellos comentarios pudieron calar e influir en la futura intensidad de su vida.

Creo, por ello, que aquellos buenos principios moldearon su figura y fueron brújula para su orientación en sus cargos y su buen comportamiento lleno de humanidad. Bajo esta condición pasó todos los avatares de un mundo complicado de encendidas pasiones allí donde el mal y el bien, el frío y el calor, las envidias y los honores se hacían continuo intercambio y que él llevó con esa calma que da la tranquilidad de una persona formada para todos los contratiempos.

Quizás a Agustín le fortaleciese el recuerdo del decir de Baltasar Gracián en aquello de que "tenga por mejor lo que la suerte le ha concedido que lo que le ha negado", para superar el balance de su diario vivir. Acaso también su mar riosellana, su Cantábrico, agitado o en calma, fueron espejo de su mirar a ese inmenso horizonte que tras la línea azul de sus aguas solo queda la esperanza de buscar el más allá. Agustín la encontró en su amor a los demás, a su patria, a su libertad, a su liberal pensamiento, a su deseo de igualdad y, por supuesto, a su constante lucha para el mejor de los bienes que la humanidad pudiera disfrutar lo que demuestra, una vez más, que la semilla de su infancia trajo la cosecha de su madurez.

En aquella época, en esta y en las venideras, siempre hay un río de corrientes enemigas que tratan de enturbiar las aguas claras de un buen hacer. Agustín nunca se inmutó y si lo hizo fue en sus soledades ya que siempre puso por encima toda su fortaleza para que sin tardar todos le señalaran como ejemplo de su elegancia que por su virtud tuvo muy escasos imitadores. Su sólida preparación intelectual y el conocimiento de las muchas doctrinas que por el mundo andaban le hicieron mostrar que educar la inteligencia y la razón son bazas a conseguir y de ello se preocupó intensamente.

Fue hombre de buenas maneras, educado, pero también estricto en su genio, siempre bajo un tesón de gran espíritu en el trabajo y de su voluntad inquebrantable al servicio de su patria. Quizás, a su manera, todo lo revestía de un aire de sacralidad. Decía que "el servicio a la nación debe cumplirse con honradez política y económica de una manera constante", cualidades que él cultivó ya que en su testamento dejó tan solo una honrosa pobreza. Me hace recordar cuando redujo a la mitad el sueldo que se le ofrecía en su tutoría a la reina Isabel II.

Fue amigo del diálogo, sabiendo ser fiel a sus ideales sin variar con facilidad pero también siendo capaz de admitir ciertos cambios ya que un hombre, sin faltar a sus principios, puede modificarlos cuando la razón lo exija.

Después de estos iniciales apuntes que he querido transmitirles, quisiera recordarles el intenso camino de su vida como trabajador en beneficio y defensa de su patria. Empezó a edad temprana tras doctorarse en leyes por la Universidad de Oviedo. A través de Jovellanos, su gran amigo familiar, fue destinado al Obispado de Barcelona para, tras corta estancia, retornar a Madrid. Corría el año 1880 y con 24 años ya ocupaba un cargo en la administración, en la Secretaría de Interpretación de Lenguas, que él dominaba, lo que le valió que en 1806 y hasta 1808 fuese destinado como embajador especial a Londres por Godoy reinando Carlos IV. Su misión conseguir que Inglaterra nos ayudase en la guerra contra Francia.

En 1808, regresa a España a raíz del levantamiento contra las tropas napoleónicas, requerido por Jovellanos y marcha a Sevilla a la Junta Suprema Central, trabajando como Secretario de la Junta de Legislación y fue el gran valedor para la Constitución de las Cortes de Cádiz en 1812 donde participó activamente en la redacción de la primera constitución española destacando sus intentos de abolición de la esclavitud y por su oposición al tormento como prueba judicial. Debido a su oratoria vibrante y emotiva sería apodado como "El Divino". La llegada de nuevo a España de Fernando VII, exiliado a Francia, le hace sufrir cárcel, primero en Ceuta, un año, y después en Alcudia (Mallorca) durante cinco años. En 1820 es puesto en libertad y nombrado Ministro de la Gobernación. Contrapuntos de la política.

Fue diputado por Asturias los tres años siguientes para en 1823, aparecidas nuevas dificultades políticas, exiliarse a Londres durante diez años. Regresa a España al morir Fernando VII para ser de nuevo diputado por Oviedo hasta 1836 siendo Vicepresidente del Congreso en 1837 y luego Presidente hasta 1843 para ejercer luego la tutoría de Isabel II. Falleció en 1844.

Digo todo esto porque, si conocida es su trayectoria política como hombre relevante de su época, para mí no es menos importante su trayectoria humana donde la llama de su amor a todo lo que le rodeaba la tenía siempre encendida en defensa de una sociedad más justa en su lucha por aliviar las penurias de los españoles lo que le llevó a perdonar todos los desencantos sufridos que, en el tiempo, mordieron su salud, entendiendo que el perdón parte del sentimiento heroico de un corazón noble y de un espíritu generoso como el suyo. Pienso que había en él una fuerza activa que dentro de su moralidad lo llevaba más allá del límite que se proponía.

Supo esperar que ese principio de odio de ciertos enemigos, que a la larga mata al infortunado que se complace en alimentarlo, y no dudaría que el olvido de ellos, como debilidad de la memoria, les sería pasajero, como así fue asistido por la fuerza de la razón que Argüelles imponía, lo que demuestra que la esperanza, que es un auténtico infierno cuando se desgasta en el en engaño, fue para él una constante ilusión para lograr sus propósitos.

Es sabido que la conciencia y la fe son propiedades que no están bajo nuestro control pero cuando nos acompañan gozamos de una felicidad completa, por ello cuando profundizó en su pensamiento. Creo que preferiría la libertad a la vida. Como verdadero hombre de letras fue amigo de todos aquellos que las aman. Sabía, no obstante, que hay gente que sólo es un estorbo en la vida y alegaba que no debíamos de apartarlos sino dejarlos jugar porque han nacido para perder. Creo que para él no había la palabra imposible. Tenía la confianza que aquel clima político, que tan pronto andaba en calores como en fríos, conseguiría la libertad que su palabra proclamaba. Ante ello, presentía que su verdad acabaría venciendo para que la Constitución liberal trajera a la vida de España nuevos y venturosos escenarios.

Quisiera comparar su vida con la de Isócrates, un viejo amigo mío nacido 400 años antes de Cristo, maestro de la filosofía, cuyos ideales conjugan perfectamente con los de Agustín Argüelles, sobre todo, en hacer de su pasado ejemplo de lo por venir ya que de los que nos es manifiesto es fácil deducir lo que no es desconocido. Razonas suficientes para que, después de las contrariedades sufridas cuando volvía a hacer las cosas que le alegraban, el corazón de su vida se abría a una nueva felicidad tratando de demostrar a los demás la importancia que tiene movilizar las emociones. Sabía que hacer lo correcto es la verdad de un líder y él lo era ya que opinaba que el mundo lo construye gente que se siente descontenta de cómo es y entonces se empeña en mejorarlo. Su extraordinario carácter fue su fuerza cuando la vida le asestó terribles golpes. Tenía claro que contra estas causas y el envejecimiento existe una medicina de la que nadie habla como la mejor inversión y significa aprender. Seguro estoy que todas estas meditaciones le dieron en pensar que la vida es el único bien que el hombre posee y los que no la aman no son dignos de ella. De aquí que pudiera entenderse que hiciera de la virtud un hábito cuando añadía que "el hombre es libre pero deja de serlo si no cree en su libertad".

Agustín fue, ante todo, un hombre de estado, político constructivo, honesto, reflexivo, organizador y activo, por su talento y facilidad de palabra, de ahí "El Divino Argüelles". Ya en su vejez lo único que deseó fue vivir en paz, lejos de todos aquellos que pudieran pretender que tuviese algún derecho sobre la bien entendida libertad, que tanto defendió, aunque bien es cierto que el vehículo de su vida nunca tuvo sus sentidos debilitados. Quiso retirarse pero no le dejaron. Pudo sentir que a su edad lo había dado todo pero siguió en su puesto quizás pensando que solo la muerte podría arrebatarle sus largos y profundos recuerdos. De ellos supo dar cumplimiento a su pensar cuando dijo que "llegué a este mundo sin nada y debo marcharme de él tan solo con la tranquilidad de mi conciencia".

Las etapas duras, y él las vivió, son siempre motivo de cierta inestabilidad que supo controlar en momentos difíciles ya que saber gobernar, en los éxitos y en las derrotas, está reservado a personas de una gran fortaleza. Por todo lo expuesto me atrevería a titular al ilustre riosellano como esa persona que ejerció en su vida el bien común para el fluir de un bienestar compartido en esa España de sus amores con el ejemplo de los sanos consejos archivados en el refugio de sus sentimientos. De aquí mi admiración ya que al igual que el poeta hizo camino al andar, Agustín Argüelles fue como esos predicadores de esperanza que, poniendo lo digno antes que lo práctico, ofrecen vida y obra a su patria y a sus ciudadanos.

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