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La mar de Oviedo

Mandanga

Frecuento San Mateo al amanecer, junto con los perros y las perras, sus dueños y sus dueñas. Y tomo nota de lo que escucho porque no soy sordo y porque acá hablamos a gritos, para que se nos entienda entre la niebla que amortigua las burradas. Este domingo, en el Campo, en el Paseo de la Arena, delante del Armando Palacio Valdés, obra de Gerardo Zaragoza, se encontraron el dueño de una perra con un perro y su dueña, se olieron el culo mutuamente (los semovientes), el hombre contó a la mujer el pedigrí de su tutelada, la mujer se arrimó, le dio un codazo y le dijo: "Anda que si éste no estuviera castrado, con lo que le gusta la mandanga...". Una indirecta, por la mañana temprano, para saber por dónde respiraba él. Le guiñé un ojo al Armando de piedra, que no es de piedra, y el de Entralgo, con sonrisa agrietada y voz caliginosa, me susurró: "El obrar es el principio de conocer".

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