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Análisis

Óscar R. Buznego

La hora de la definición

La estrategia del partido en relación al Gobierno regional será clave

El secretario general de la Federación Socialista Asturiana ha sido elegido por primera vez mediante el voto directo de los afiliados. Es, sin duda, un hito histórico de la centenaria organización política y un paso adelante en el ejercicio práctico de la democracia en Asturias, siempre que sea ejecutado con integridad y coherencia. Para que resulte efectivo tendrían que darse simultáneamente otros pasos, como por ejemplo una mayor apertura del partido a la sociedad y, muy en particular, al debate público.

La elección, sin embargo, ha tenido lugar ante la indiferencia general de los asturianos, en un ambiente bastante frío. La vida interna de los partidos solo atrae a los ciudadanos cuando se convierte en espectáculo y este no es el caso. El duelo entre los dos candidatos, a pesar de la tensión soterrada que lo acompañó de principio a fin, ha sido de maneras correctas. Ambos se han mostrado muy prudentes con sus palabras y sus gestos, conscientes de las heridas abiertas y la fragilidad que padece el partido. En el desangelado debate que pudimos ver en la televisión no hubo nada emocionante ni tampoco argumentos seductores. Incluso entre los llamados a votar la elección ha despertado un interés relativo. Participó el 66% de los afiliados, un porcentaje superado en las comunidades autónomas que están celebrando votaciones, con la única excepción de Extremadura, donde la participación fue de un punto menos. Asturias registra siempre niveles elevados de abstención y es llamativo comprobar que en la mayoría de los municipios mineros y en algunos de la montaña del interior se haya desmovilizado en torno a la mitad de los afiliados socialistas, lo mismo que sucede en cualquier tipo de elección.

La victoria de Adrián Barbón es clara y rotunda. Ha ganado en todas las Asturias, en las ciudades más pobladas, en las cuencas mineras y en el mundo rural del oriente y el occidente. José María Pérez solo pudo anotar un resultado favorable en 19 mesas, entre las que destacan las de Avilés, Tineo y Parres por la amplitud de la diferencia que obtuvo, pero ha sufrido una grave derrota en Gijón, el municipio donde ha hecho toda su carrera política. El escrutinio confirmó la condición de favorito con que se presentó Barbón, respaldado por la dirección federal y por los dirigentes de las agrupaciones con mayor número de afiliados. El alineamiento sin matices con Pedro Sánchez y un mensaje, directo y conciso, que pone a los militantes en el centro de la acción política y llama a pasar página en la vida del partido y cambiar, bastaron para darle el triunfo. La falta de concreción penalizó el discurso de Pérez, no obstante bien orientado, que además partía con una desventaja difícil de combatir por el momento y el lugar de la elección.

Ahora habrá que pasar de las palabras a los hechos. Barbón apenas ha adquirido compromisos evaluables, salvo el de hacer dos visitas a cada agrupación local, el de garantizar si no el voto al menos la voz de las más pequeñas en los órganos decisorios y el de crear una Secretaría de la memoria histórica, y por tanto puede contar de partida con el beneficio de no haber generado grandes expectativas que luego suelen frustrarse. Dispone, por ello, de un margen amplio para desplegar su iniciativa política. En todo caso, a lo que sí está obligado es a introducir cambios organizativos, en las actitudes y en la estrategia política del partido que, no se olvide, en la última década ha visto retroceder su apoyo electoral en Asturias desde el 42% al 26%. Con esa bandera ha ganado su elección. De sus declaraciones se deduce que su propósito es seguir como una sombra la línea marcada por Pedro Sánchez. Pero la dirección federal lleva un tiempo vagando entre propuestas políticas sin definición precisa y un tacticismo tal que ha convertido en materia de adivinación determinar hacia dónde va el PSOE.

Y Asturias es el mejor escenario para poner a prueba en qué consiste la política que los nuevos dirigentes socialistas proclaman como seña de identidad del partido. A poco más de un año de las siguientes elecciones autonómicas, el gobierno, en minoría, sin un acuerdo estable a la derecha ni a la izquierda, prácticamente inoperativo desde el comienzo de la legislatura, debe elegir interlocutor para negociar los próximos presupuestos. La izquierda lo convoca a un pacto, poniendo por delante unas condiciones. El PP le ofrece su apoyo a cambio de alguna contrapartida fiscal. La dirección que se nombre en el congreso de la FSA a celebrar en unos días, ¿propondrá a Podemos e IU un pacto para formar ya una mayoría parlamentaria que impulse a un gobierno de izquierdas y de paso aleje al PP de un posible acuerdo presupuestario o decidirá esperar a después de las elecciones de 2019, confiando en que la situación se vuelva más propicia para el PSOE? Ese pacto no sería, como se dice que es en España, cuestión de votos. En Asturias hay suficientes votos para hacerlo posible.

Antes de ponerse a otra cosa, lo primero que debería hacer Barbón es despejar cualquier duda sobre la estrategia del partido en relación con el gobierno. Es, desde luego, lo que más interesa a los asturianos del histórico acontecimiento que acaba de vivirse en el PSOE. En política, como en el fútbol, todo concluye con la definición, que puede ser acertada o no. Y el PSOE lleva demasiado tiempo sin definir, divagando, entre contradicciones, perplejidades y cálculos.

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