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Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales

A vueltas con la cooficialidad del asturiano

El debate sobre el fomento de una lengua que habla menos de un 10% de la población

Parece que renace con cierta fuerza el deseo de algunos de hacer al bable o asturiano cooficial. El debate sobre el fomento de una lengua tiene múltiples connotaciones al formar parte importante de nuestra vida, como lo demuestra el que sea más fácil cambiar de casa, de ciudad o de país que de lengua. Se suele considerar que la pérdida de una de las aproximadamente 4.000 lenguas que hay supone un gran quebranto de diversidad cultural, comparable a la pérdida de una especie biológica. Sin embargo, esto no es cierto pues la desaparición de especies supone perder parte de la diversidad biológica de forma irrecuperable, mientras que las lenguas son algo artificial creado por el hombre.

Una lengua tiene dos funciones principales: servir como medio de comunicación entre las personas que la hablan y contribuir a la identidad o idiosincrasia del grupo que la utiliza. Este último aspecto ha sido desde siempre bastante problemático pues se sale de la mera racionalidad y entra plenamente en el campo de las emociones. No es extraño que los nacionalismos suelan identificarse entre otros aspectos por el uso de un idioma propio, y que a su vez lo defiendan con fuerza tratando de imponerlo a los demás que vivan en su área de influencia.

El asturiano tiene su propia literatura y una academia que lo protege y fomenta. Goza de protección oficial desde 1998 y es enseñado desde 1984 en las escuelas, habiendo alcanzando en 2008 casi los 22.000 escolares que lo estudiaban en Asturias.

El asturiano es hablado por unas 110.000 personas en todo el mundo de las cuales unas 100.000 viven en España y el resto en Portugal (http://www.endangeredlanguages.com/lang/966#sources_popup_wrapper). En España se habla principalmente en Asturias y también muy minoritariamente en la parte occidental de León y en la zona zamorana de Sanabria. Dentro de Asturias tiene diversas variedades locales que se suelen agrupar en unas 50.000 personas que lo usan como lengua principal en la zona central, 30.000 en la occidental y 20.000 en la oriental ("Ethnologue: Languages of the World", M. Paul Lewis, 2009, SIL International).

Según lo anterior, el asturiano no es realmente representativo de la cultura asturiana, ni tampoco es un idioma de comunicación importante entre los asturianos pues es el idioma principal de menos del 10% de su población y además lo es también de algunos que no viven en Asturias ni son asturianos.

La decisión de hacerlo oficial, por tanto es emocional y no racional. No tiene sentido hacerlo con la idea de evitar un grave perjuicio que se derivaría de su desaparición, pues como se ha indicado tal perjuicio no existe. No tiene tampoco sentido protegerlo por razones de comunicación y probablemente tampoco de identidad social debido a su peso muy minoritario. ¿Entonces por qué se plantea de nuevo su cooficialidad? ¿Qué sentido tendría obligar a los niños en la escuela a estudiar un idioma que no hablan ellos ni sus padres y que muy probablemente no les servirá de nada en el futuro? ¿Qué lógica tiene cambiar el topónimo de algunos lugares para ponerlo en un supuesto asturiano que no han conocido nunca los propios lugareños? La respuesta a estas cuestiones se encuentra una vez más en la forma en la que se argumenta y se defienden las ideas a nivel individual y social, incluyendo el espíritu gregario que conocen bien los nacionalistas y que ha llevado a la humanidad a algunas de las guerras más desastrosas conocidas como las dos guerras mundiales. La defensa a ultranza de más o menos supuestas lenguas propias de cierta zona, nación, pueblo, etnia o lo que sea es uno de los pilares de los nacionalismos románticos: cada lengua una nación. Nacionalismos que son excluyentes, profundamente contrarios a la igualdad de derechos, reaccionarios y anacrónicos al chocar sus mitos del siglo XIX con la realidad actual de sociedades abiertas complejas y multiconectadas.

En psicología social hay múltiples demostraciones de que las personas suelen ser inmunes a la argumentación racional. El proceso de razonamiento suele fallar de forma muy estrepitosa por una gran variedad de sesgos y prejuicios. La lengua ayuda a sentirse parte de un grupo. Es normal actuar como si se estuviese de acuerdo con el grupo, aun cuando no se esté de acuerdo. Pero formar parte de un grupo puede anular nuestro buen juicio ("El Cerebro Idiota", Dean Burnett, 2016, Planeta), algo que ocurre con frecuencia en temas emocionales como el del idioma, haciendo que el individuo se deje llevar por emociones relacionadas con supuestas características propias del grupo al que se pertenece, características que son meras invenciones manipuladoras.

La decisión de hacer cooficial al asturiano es legítima en términos políticos, pero es poco respetuosa con la racionalidad colectiva y con los intereses de la mayoría. La cuestión debería plantearse no sobre si una lengua tan minoritaria como el asturiano debe ser cooficial o no, sino si sus hablantes tienen o no derecho a usarla libremente. Como la mayoría de las decisiones políticas, la cooficialidad supone dedicar cierto dinero y otros medios públicos a su aplicación, renunciando así a usarlos en otros fines alternativos que quizá fuesen socialmente mejores.

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