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Esperando el tren

El ferrocarril de los extremeños y la goleada encajada por el Sporting

Los extremeños se manifiestan en Madrid pidiendo mejores trenes y el Sporting, en estos tiempos de insatisfacciones territoriales, decidió hacer felices a los gaditanos. Que dolor de asimetría. Hay un silencio de domingo por la tarde que no expresa solamente el muermo de noviembre; es algo más. Tiene esa densidad pesada que da a antender que algún visitante ha metido un gol en El Molinón. (O dos o tres: qué marrón de domingo) Los goles del contrario no te los cuentan por altavoz, ese es el despiste. Las derrotas locales te acostumbran a distinguir silencios; los extremeños, por su parte, protestan de que se tarda una eternidad en ir de Badajoz a Madrid. Retumban las sandeces que hablan de represión franquista en una esquina y saltan en otra quejas ferroviarias. Entre tanto lío, el Estado se esfuerza por sonar distinto de como lo pintan quienes lo insultan. Se ha hablado tanto en España de Estado opresor que queda un poco raro asumir que el Estado defiende a quienes nunca fueron de paseo al Benelux y no quieren que su ley sea violada. Cuando se habla de opresión, hay que mirar la cara de quien se dice oprimido. Cuando algo se convierte en un chollo, deja de ser fiable. Y cuesta trabajo ver a los impulsores de una revuelta burguesa como damnificados. La izquierda española es regionalista; quizá por una geografía montañosa que tuvo a todos lejos de todos hasta que las autopistas y el AVE nos redimieron (están en ello aún), la miopía política no suele ser un defecto infrecuente. Si la izquierda no fuera tan parroquial, nos iría mejor. Pero es regionalista y ya está. El internacionalismo la descoloca; debemos de tener fama de paletos por ahí fuera porque si no, no se explica que en Bruselas alguien queda tan guay por hablar idiomas. Estamos en el giro de un asunto muy narcisista que se resiste al agotamiento. La quieja contra el Estado dota al debate de una solemnidad impostada. ¿Quién se queja? ¿Y qué pide? Si esto fuera cosa de adultos intelectualmente formados del todo, es obvio que no estaríamos asistiendo a una chiquillada en virtud de la cual el equipo de Piqué no puede quedarse ni un domingo sin meter en caja la pasta que le ayuda a pagar los salarios de sus megaestrellas. La fantasía de los que se quejan pasa por seguir yendo al Camp Nou a ver al Real Madrid. (El Mérida tendría que ir en avión, el tren extremeño está enladrillado) Y mientras el mundo gira y Neymar es feliz en París -menos mal que hay alguien feliz en algún sitio- la Sexta nos hace pedagogía de la sandez y nos invita a pensar que hasta los gobernantes traviesos tiene un lado simpático. Qué jeta. Qué peligro.

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