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Querido Quini

En una trayectoria sin parangón, marcó más goles fuera del campo que dentro

Gabriel García Márquez dijo alguna vez que él escribía para que le quisieran sus amigos. Enrique Castro, Quini, hubiera podido decir sin presunción alguna que él había jugado al fútbol para que le quisieran hasta los adversarios. Que a fe que lo hicieron. Hay incontables testimonios sobre cómo su popularidad en toda España no había decaído ni un ápice muchos años después de que hubiese dejado de ser futbolista en activo. Durante sus años de delegado del equipo continuaba siendo, en los viajes del Sporting, la figura más solicitada y aclamada. Había sus motivos: si de su paso por los terrenos de juego quedó el recuerdo de un deportista noble y caballeroso, su comportamiento fuera del campo había incrementado ese capital hasta convertirlo en una verdadera fortuna, que no por inmaterial dejaba de tener un valor especial. Era sabido que lo suyo no fue la habilidad para los negocios. Pero en un país donde tan mal se perdonan los fracasos, en él reconocieron que la bonhomía puede ser una cualidad superior si se ejerce generosamente. A lo largo de su vida Quini marcó más goles fuera del terreno de juego que dentro.

Y eso que en el campo goles marcó muchos, no en vano fue siete veces "Pichichi", cinco en Primera División. Y los hizo de todas las clases, porque, aunque sin duda fue un gran rematador, tuvo como delantero o jugador de ataque muchas otras cualidades. El primer Quini no era un delantero puro sino un interior al estilo clásico, capaz de arrancar desde muy atrás e irrumpir con frescura en el área. Para ello tenía una zancada poderosa y una buena conducción del balón. Y un regate muy estimable. Y en el área podía ser tan incontenible cuando ejercía su poderío en el salto como cuando tenía la frialdad de aguantar más que los defensas y el portero. Como cabeceador fue soberbio, porque iba siempre a la busca del balón, en vez de esperarlo. No se puede rematar bien de cabeza sin ser valiente. Con los pies era también muy bueno. Aunque no siempre le saliera bien, se atrevió siempre con la volea y por eso dejó en la memoria monumentos como el célebre gol de Vallecas, con el que se anticipó a uno similar de Van Basten con el Milán, o un tanto al Valencia en El Molinón a centro de Joaquín que Kempes imitó después con Bonhof como asistente. Fueron sus propios compañeros los que le pusieron el sobrenombre de "El Brujo", en homenaje a sus recursos y su inventiva. Eran tiempos en que él ejercía como una de las claves para que el Sporting, por primera vez en su historia, se asomara a las cumbres para tratar a los grandes de tú a tú. Contribuyó como nadie en hacer grande al Sporting. Y se hizo grande con él. Como tal ejerció en el Barcelona, donde le esperaba lo mejor -el triunfo- y lo peor -el secuestro- antes de volver a los orígenes.

Nacido en Oviedo, criado en Avilés y triunfador en Gijón, Quini, cuya ejecutoria futbolística no tiene parangón en su región natal, sintetiza su condición de asturiano en una biografía que se ha cerrado demasiado pronto con una sorpresa tan dolorosa como su inesperado fallecimiento, que añadió hielo a un día de por sí gélido. Seguro que todos los aficionados asturianos, sin distinción de colores -y muchos que no lo son, porque su figura trascendía el mundo del fútbol-, sienten hoy la marcha de alguien de quien sería impropio decir que fue un mito, a fuer de humano y cercano. Todos lloran hoy a su querido Quini.

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