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El peón de Ensidesa

Yo vi a Quini aterrorizado. Fue a últimos de los 70 del XX, en el hotel donde se concentraba el Sporting, en Gijón. Lo iba a entrevistar para no recuerdo qué medio y llegué tarde, maldita sea. Tan tarde que Quini había caído en las manos de un intelectual pedante que andaba por allí. Mientras me acercaba a disculparme, vi el pavor en la cara de Quini, unos ojos de soledad y desdicha extremas mirando a aquel filósofo pedestre que peroraba así: "Usted, don Enrique, no desconocerá los trabajos de Lévy-Bruhl sobre mitología primitiva, ni la crítica no marxista a la sustitución de semiologías estructurales que ya abordara Lévi-Strauss en la antropología o Malinowski en el sexo y la religión de las sociedades parentales primitivas, pues es usted, en su condición de futbolista, un constructor discontinuo que?". Quini le interrumpió, ahogado en ansias pero de forma rotunda: "Meca, ¿don Enrique soy yo? La verdad, no entiendo mucho de esos señores. Yo, si no fuera futbolista, habría sido peón de Ensidesa".

Lo recordé el pasado miércoles al atravesar el parque Isabel la Católica, desierto casi a esas horas de la tarde, camino del Molinón, al funeral de Quini. ¿Cómo era posible que quien había sido solo un goleador, solo un hombre encargado de luchar con los defensas en busca de un cabezazo, una volea, un roce a la pelota con la uña del dedo gordo del pie, hubiese concitado en prensa, radio, televisión y redes tan colosal sensación de orfandad? ¿Cómo era posible que callasen ?un asombroso silencio, tan parecido al de los entierros de mineros? los cientos de personas que aguardaban cola, echaban el moco, se abrazaban desamparados cerca de su capilla ardiente, cuando cualquier día de partido aquello es un cafarnaún de vocerío? ¿Sería verdad la repetida frase de Quini ("Téngovos engañaos a todos") y Quini sería algo más que un goleador? Supe la respuesta ante la puerta 9 del campo. En efecto, Quini nos tenía engañados a todos. Nos tenía engañados porque con él se iba una manera de ver el mundo del fútbol y el mundo a secas. Se iba el prestigio de la bondad, de la ingenuidad, del juego: quince mil personas fueron testigos directos.

¿Cuáles son los valores que transmiten Ronaldo o Messi aparte del gusto que da verlos jugar? ¿Qué reflejan sus espejos? El endiosamiento narcisista en un caso; en otro, el ensimismamiento intransitivo (Hacienda aparte). Un chavalete quiere hoy meter goles para dar rienda suelta al narcisismo o la introspección. Vete a hablarle a un guaje de las dos palabras que se enterraron con Quini: bonhomía y pundonor. Ya nadie las usa, precisamente por haber desaparecido el concepto que transmitían. En Quini habían tomado cuerpo la afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento: la bonhomía. También el sentimiento que impulsa a una persona a mantener su buena fama y a superarse: el pundonor. Hacía lo que sabía hacer y lo hacía de modo excelente: jugar al fútbol para meter goles portadores de una felicidad efímera pero plena a los aficionados. Igual, seguro, que hubiese cumplido como obrero en Ensidesa, igual que han hecho otras eminencias en lo suyo (sus médicos, por ejemplo): un profesional de matrícula. Pero unía a la perfección en su trabajo -donde tan cerca residía la tentación contraria- la huida espantada de narcisos, mudos y desquiciados: "Meca, ¿don Enrique soy yo?"

No hay mayor timbre de gloria para un asturiano que el haber sabido ganarse un nombre cariñoso y familiar unido a un adjetivo redondo, completo e insuperable: "paisano". Quini iba para peón de Ensidesa y acabó siendo pichichi, internacional, futbolista de primera, símbolo, mito, brujo. Pero, además y sobre todo, fue "más que un hombre al uso que sabe su doctrina, en el buen sentido de la palabra, bueno". Nada menos que un paisano. Muchos de los jóvenes desolados que acudieron a su funeral jamás lo habían visto jugar, salvo en YouTube. Pero con su pena cierta asimilaban el testigo que pasa de padres a hijos: el amor al héroe bueno. Al héroe del gol, pero del gol inseparable del pundonor y la bonhomía. Si lo transmiten a su vez, aislaremos, confundiremos y erradicaremos a hinchadas bárbaras que se rompen la crisma por mitos atroces hundiendo aún más esa extraordinaria fuente de diversión y alegría que está dejando de ser el fútbol. Fuera tríadas oscuras. Y que sea ahora, Quini, ahora.

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