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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Resucitados

Lo más parecido que tenemos hoy a la resurrección es la extensión del uso de los desfibriladores. Digamos que una parada cardiaca conduce en el 95 por ciento de los casos a la muerte y que la utilización inmediata de estos aparatos devuelve a la vida por la vía de impulsos eléctricos, que el corazón es un órgano al que factura EDP.

En Asturias tenemos memoria reciente de un resucitado, el preso Gonzalo Montoya, cuya muerte certificaron los médicos de un penal y que despertó en la mesa de autopsias de la morgue cuando le iban a abrir en canal. Casos como ése merecen una exención de condena, como el condenado al que indultan por intercesión de algunas cofradías de Semana Santa. Cabe apuntar que la de Montoya fue una siesta nada comparable a la del filósofo griego Epiménides, de quien se dice que durmió de un tirón 57 años en el interior de una cueva. En una región del Mar Blanco se contaba que todos los habitantes fallecían el 27 de noviembre y volvían a la vida en abril, con la llegada de la primavera. La vida y la muerte tienen sus hábitos y en ocasiones coinciden con los ciclos de la naturaleza. El otoño y el invierno invitan al ocaso; la primavera, al reverdecimiento.

Los creyentes celebraron ayer la resurrección de Cristo, el acto esencial de su credo, como los habitantes de la villa de Braughing en Gran Bretaña festejan el 2 de octubre de cada año una curiosa fiesta inspirada en un regreso a la vida ocurrido en 1571: durante el traslado del ataúd del granjero Matthew Hall, los compungidos porteadores tropezaron e hicieron caer el cuerpo a tierra. A resultas del golpe, Matthew se incorporó como Lázaro para vivir otras dos décadas más.

Tal vez la insoportable duración de los velatorios no esconda más que el deseo de que el finado retorne a la vida y que su pérdida no haya sido más que un mal sueño.

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