La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Vender bien

Los asturianos llegaron con retraso a comprender las leyes del mercado

Pedro Cepeda, empresario asturiano, declaró recientemente: "Los asturianos vendemos bien el folclore, pero no el producto". Estoy de acuerdo con lo primero como demuestra estos dias Hevia, el gaitero asturiano más internacional, que en estos días está montando con su "Al son del indianu" una auténtica revolución americana, o como demostró Manolo del Campo, el siempre recordado llanisco, que desde Buenos Aires llevó nuestro folclore por toda latinoamérica. Y también con lo segundo: no sabemos vender bien el producto.

Parte de la explicación reside para mí en la segunda mitad del siglo XX asturiano. Hay que recordar que hasta los años 80 el mercado, es decir el comprar y vender peleando con la competencia, era algo minoritario en nuestra tierra. La mayoría de los asturianos cobrábamos del Estado, por ser funcionarios, mineros o siderúrgicos. Por construir barcos o elaborar productos químicos, o indirectamente, por trabajar para empresas del Estado. Incluso para la mayoría de nuestros ganaderos las reglas del mercado eran algo desconocido. Dejaban la leche en el bidón, a la puerta, cada día y al final de mes la Central Lechera o Reny Picot, por poner dos ejemplos, les hacían el correspondiente ingreso en la cartilla bancaria. Por tanto, la competitividad les era, también, un concepto ajeno.

Uno de nuestros escritores contemporáneos más lúcido y sutil, Xuan Bello, escribió: "Los asturianos además de escépticos, somos sinuosos, y, después de siglos de existencia seguimos sin llamar a las cosas por su nombre. Y así nos va". Para muestra, un botón. Me correspondió liderar la candidatura socialista a la Presidencia del Principado en las elecciones autonómicas de 1995. La elaboración del programa electoral llevó, lógicamente, su tiempo. Reuniones con la sociedad civil, discusiones con los principales agentes sociales, comisiones partido/gobierno para pulirlo. Cuando todo parecía estar dispuesto llegó la última discrepancia. ¡La competitividad! El término aparecía 42 veces a lo largo del programa. ¡Aquello no podía ser! ¡Nos iban a acusar de liberales privatizadores! ¡No se podía llamar a las cosas por su nombre! No saben lo que sudaron los redactores para buscar 42 sinónimos de dicha palabreja que, por supuesto, desapareció de la versión que definitivamente vio la luz.

Y mírenme ahora, de consentidor de los censores de la competitividad a incentivarla en todo lo posible. En cerca de 50 países de todo el mundo, con ASLA y el zinc laminado para la construcción. Mis preocupaciones diarias se llaman: calidad, productividad, servicio al cliente, innovación, cuota de mercado, precios en la bolsa de Londres, primas... Nunca agradeceré lo suficiente a Macario Fernandez, el Presidente de mi actual empresa, el haberme convencido para que, en lugar de volver a incorporarme a mi puesto docente, me sumergiera en el proceloso mundo del mercado.

¡Por fin empiezo a llamar a la competitividad por su nombre!

Compartir el artículo

stats