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Historiador del cine

Uno de los míos

El legado de Scorsese es más que una retahíla de títulos: es la obra de un hombre que ama el cine

Dicen que Marcia Lucas, la esposa del creador de Star Wars, dijo al divorciarse que se había casado con un soñador y se había separado de un vendedor de juguetes. Sus películas, y tal vez su matrimonio, habían muerto de éxito catorce años después.

Se non è vero, è ben trovato porque la frase retrata, con precisión quirúrgica, la ambición de un grupo de cineastas que llegaron al Hollywood de los setenta para salvar a una industria que se moría de esclerosis, de parálisis y de aburrimiento. Aquellos salvajes de chupa, Chopper, sexo, drogas y rock and roll, besando la mano de Vito Corleone acabaron siendo los nuevos genios, los clásicos populares y, en algunos casos, acabaron traicionando sus libérrimos orígenes.

¿Todos?.. no. Aquí está Martin Scorsese para demostrar lo contrario. "Marty" sobrevivió al éxito y a los muchos excesos cometidos en su nombre con una carrera tan veloz, tan ágil y tan densa como la narración de Casino.

El legado de Scorsese es más, mucho más que una retahíla de títulos. Más que esos comentarios críticos que se harán estos días, todos con cuenta, razón y precisión. Esos "creador del lenguaje", "en estado de gracia", "renovador de esto y de lo otro", hasta es más que algunos subtextos o metatextos que más de uno podrá hallar, con el dedo en la pausa de sus fotogramas, si tiene tiempo, habilidad y conocimientos. Es la obra de un aficionado al cine que se ocupó de aprender y de enseñar mostrando en sus películas todo lo que le era próximo o lo que quería lograr.

Su vida es un viaje cargando una maleta muy pesada, de las de antes de los trolley. Nunca pudo viajar en cabina y, si lo hizo, hubo de pagar un generoso suplemento. Un periplo que empieza en las calles de Nueva York, ciudad de la que es un fiel cronista y que ha recorrido en taxi o estibando fardos y esquivando cuchillos en Five Points, para acabar en los cielos que ha buscado en Silencio y en La última tentación de Cristo. Pero todo ello sin caer en la tentación de abandonar la violencia con la que asaltó la taquilla en El cabo del miedo o con la que retrató la vida de los gánsteres con la soltura de la camera stylo de uno de sus admirados nouvellevaguianos.

Su oficio, buscando a Dios, acabó siendo un trabajo del demonio. Y diabólica la habilidad que ha tenido para lograr que el espectador se identifique con los malos, para que piense que lo mejor de este mundo es ser un matón que entra por las cocinas repartiendo billetes de veinte dólares y no un pringao que madruga para coger el autobús. Los espectadores llevamos la penitencia en el pecado de Scorsese. Un maestro, que, como todos los maestros, tiene un solo Oscar como director. En la prórroga y de penalti injusto.

El amor al cine es la única justificación de su arte. Por muy vanguardistas que fuesen sus orígenes, siempre tuvo muy claro que ser un director americano era ser un director de Hollywood, y rindió culto al cine y a su historia. Quienes no comprendían como el director de Malas calles, Taxi Driver o Toro salvaje se pasaba al enemigo vendiéndose a la industria en El color del dinero, tuvieron que entender que Scorsese vivía en el equilibrio, pero, sobre todo, en el cine. Por la misma razón aplicó su habilidad de documentalista para contar la historia del cine americano y su poder mediático para defender el patrimonio de ese cine; una montaña de viejas películas siempre en peligro. El mismo sentimiento que lo llevó a rendir tributo a la magia de Méliès y a la historia con la maravillosa La invención de Hugo. "Adoro el cine?es toda mi vida y ya está". Nada que añadir.

Hoy, que Luke Skywalker pasó de ser un guerrero por la libertad a esclavo de Mickey Mouse, somos muchos los que agradecemos a la Fundación Princesa de Asturias que haya convertido en uno de los suyos a uno de los nuestros.

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