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Incongruencias de la pesca del salmón

De siempre, de toda la vida, abril fue un mes de salmones (abrileños) de buen peso, entre 7 y 9 kilos. Los que entraban en los ríos asturianos durante el mes de mayo (mayucos) rebajaban algo su peso, el cual oscilaba entre 4 y 6 kilos. Los que ascendían los cauces durante junio y julio volvían a disminuir notablemente su tamaño y cuando alcanzaban más o menos tres kilos muchos se devolvían al agua. Estamos hablando de una época en la que los peces plateados regresaban a los cauces de Navia, Narcea, Sella y Cares en cantidades notables, y proporcionaban, cada uno, miles de ejemplares. Eo y Esva, sin alcanzar esos porcentajes, proporcionaban varios cientos repartidos en toda su longitud.

Nos encontramos a mediados de mayo, casi un mes de capturas con muerte, y las estadísticas no pueden ser más negativas. Bueno, sí. Dentro de unos años nos acordaremos de ellas por su generosidad. Entre todos los ríos salmoneros asturianos -comprobando una vez más que el cerco se estrecha por Este y Oeste- se han pescado sesenta ejemplares: Eo, 4; Esva, 2; Narcea, 17; Sella, 23 y Cares, 14. Total, la mísera cifra de 60 peces.

Como tantas otras veces, tenemos que preguntarnos las causas de tan drástica disminución de población. Sin duda, los problemas decisivos y fundamentales para el retorno de los salmones a los ríos atlánticos son el cambio climático, la radiación solar, el cambio de dirección de la corriente del golfo y la contaminación; cuatro cuestiones que, además, están contribuyendo notablemente al comportamiento de los peces de mar y su alejamiento a lugares insospechados hace escasos años, con su correspondiente cambio de hábitat: verbigracia el bonito. Por supuesto, estos temas son tabú por estas tierras, suficiente tenemos con culpar de todos los males, para que salmones, truchas, reos y anguilas desaparezcan de nuestras aguas a la pesca en alta mar, a cormoranes, garzas, nutrias, martines pescadores y, por qué no, hasta los piscardos.

Pues, mira por dónde, hay personas que no se han enterado de que los tiempos bienaventurados han pasado a mejor vida y que las estadísticas de miseria que padecemos están poniendo en peligro de extinción salmones, truchas y reos y pretenden comercializar estas especies. No contentos con este disparate, intentan ampliar la temporada de veda cuando la tendencia debería ser a la inversa y programar una moratoria, como mínimo de diez años, para observar cómo evolucionan dichas poblaciones. Como hay tal "exceso" de vida animal no se olvidan de ampliar las zonas libres para masificar aún más las riberas. Claro que todo esto lo hacen para potenciar la gastronomía local y la vida en los pueblos ribereños. ¡Vivir para ver! Nos están vendiendo miseria y se quedan tan tranquilos.

Al final, ya verán, se engordan las estadísticas con los añales enanos, y todos satisfechos. Bueno, bueno, quizás todos no, porque, perdonen que me repita, salmones, truchas y reos, mal que nos pese, están en peligro de extinción. Para qué les voy a contar, he de añadir otra grave incongruencia, permitir la pesca de la angula cuando la anguila ha desaparecido de ríos, arroyos, regatos y molinos, y, según las estadísticas, las capturas han descendido hasta el uno por ciento de la campaña 1977-78, cuando se pescaron cerca de sesenta toneladas, y en la actualidad se halla, igualmente, en peligro de extinción. Todos tan satisfechos cuando nos hacemos la foto con un buen ejemplar de salmón, subastamos los campanos o presumimos del precio desorbitado que alcanzan las angulas, sin tener en cuenta que está en peligro la supervivencia de la vida en nuestros ríos. ¡Así nos luce el pelo! ¿Hasta cuándo?

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