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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Elogio de la lentitud

En un mundo dominado por la prisa y la precipitación, la pausa y la reflexión corren peligro

Hubo un tiempo en que se iba al cine de arte y ensayo con la misma devoción que se iba a misa. Arte y ensayo era la denominación que se daba en los setenta a las películas de culto, raras, intelectuales, que se exhibían en versión original con subtítulos. En Gijón, el templo de ese cine era el Brisamar. Al salir de la sala Brisamar, lo suyo era discutir la película, porque ese tipo de cine dejaba mucho a la interpretación.

Era habitual reunirse en locales cercanos de Cimadevilla, normalmente el Cóndor del barbudo Pablo. En esas acaloradas discusiones siempre se colaba un incauto que recurría al argumento más detestado, prohibido, ordinario: "Pues a mí, qué queréis que os diga, la película me ha parecido lenta". Y siempre había un listo que pontificaba con una contrarréplica fatídica que dejaba en ridículo al anatemizado: ¿Qué pasa, que tú vas al cine con prisa?".

Debían de ser los primeros síntomas de la ansiedad. Entonces, cuando íbamos al cine sin prisa, resultaba inimaginable que llegaríamos a ver a jóvenes que devoran series apretando el botón de fast-forward (avance rápido). No es broma ni un hecho aislado; hay muchos estudios que lo demuestran. Ya en 2015, la revista tecky "The Verge" publicó un artículo bajo el imperativo título "Dejad de escuchar podcasts a 1,5x". El medio estrella del consumo rápido de noticias, Buzzfeed, bautizó a esos glotones de audios como "podfasters".

Allá por los años 80 del siglo XX, el diario "USA Today" se convirtió en el gran innovador del consumo de noticias, todo un precedente de lo que sería Internet. Se le llamaba despectivamente el "McPaper" o el fast-food de la prensa. El vértigo que se desató entonces ha culminado hoy en la funesta costumbre de muchos medios de advertir a sus lectores del tiempo que les llevará leer un artículo. Habrá quien lo considere una información útil, pero resulta insultante.

Es comprensible que se sopesen las páginas de un libro antes de afrontar la lectura. No es lo mismo devorar "El principito" que sumergirse en los tomos de "En busca del tiempo perdido". Hay que medir las fuerzas. Pero sería inimaginable que en la primera página del "Ulises" o del Quijote se nos advirtiera: tiempo de lectura, decenas, cientos o miles de horas. No se puede tratar la lectura como si fuese una obra en construcción que se mide en jornadas de trabajo. "Yo no escribo para ganar tiempo, sino para notarlo", decía el otro día Javier Marías en una magnífica entrevista de Karina Sainz Borgo. Tampoco deberíamos leer para ganar tiempo, sino para notarlo.

A este paso, las cartas de los restaurantes nos informarán -además de sobre el gluten, las calorías y el picante- del tiempo de ingestión de cada plato. Se acabó el relamerse. Paladear, degustar o saborear se ha convertido en una pérdida de tiempo. Y eso es aplicable para las comidas, las noticias, los libros, las series y las películas. ¿Hay algo que siente peor que una mala digestión tras una comida precipitada?

El refranero está lleno de advertencias: Las prisas son malas consejeras, no por mucho madrugar amanece más temprano, vísteme despacio que tengo prisa, no dejes que tus pies vayan delante de los zapatos? Mi recomendación es que si alguien tiene prisa, que se vaya a Twitter, donde todo es vertiginoso y efímero. Y para los que les guste la calma, que no se pierdan el último libro de Luis Sepúlveda, que acaba de publicar Tusquets: "Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud". Sólo son 96 páginas. Tiempo estimado de lectura: un pispás.

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