Francisco González Macías nació en la localidad salmantina de Béjar el 19 de diciembre de 1901. Su padre -un artista tejedor- fue becado para ampliar sus estudios de pintura en París. Francisco recibió clases en la Escuela Industrial de Béjar y en la de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde tuvo como profesores a Victorio Macho y José Capuz, entre otros. Hacemos notar que el señor Capuz dejó en Covadonga en 1918 -año de la coronación de la Patrona de Asturias- una bellísima imagen sedente de Santa María, esculpida en alabastro, la cual formó parte de un notable tríptico y, actualmente, preside un antiguo retablo procedente de Valdediós situado en la Colegiata de San Fernando del Real Sitio.

Francisco González Macías se trasladó a París para continuar estudios y allí entró en contacto con muchos de los intelectuales españoles residentes en la capital francesa. Acuciado por la necesidad de mantener con holgura a su esposa y cuatro hijas, aceptó numerosos encargos, en especial de imágenes y pasos procesionales de Semana Santa.

Definitivamente instalado en Madrid y rodeado de un buen número de jóvenes promesas, comenzó a desarrollar su trabajo de tallista a partir de 1936. Entre esas promesas destacaba un chico que Francisco había acogido en el taller desde niño y un día de 1944 -cuando éste sólo contaba con 12 años- cayó sin vida, de paro cardiaco «como cae el pajarillo del árbol en días invernales», según el crítico J. Navarro Cruz. González Macías fue solicitado en numerosas localidades españolas y su vinculación con Asturias fue muy notable, especialmente con la Villa de Jovellanos, donde dejó una notabilísima obra tanto pública como privada. Así, se anotan en su haber tres esculturas colocadas en el Parque Isabel la Católica en 1968, una maqueta de Gijón, la estatua sedente de Jovellanos, otra representando al Gaitero Mayor de Asturias o los bustos de ilustres asturianos que pueden contemplarse en el recinto de la Feria de Muestras. A González Macías no le costaba adaptarse a las exigencias de la obra elegida por el promotor o mecenas del momento, de modo que materiales como el mármol, la piedra, el alabastro y -por supuesto- la madera eran tallados de forma manual y directa hasta conseguir obras verdaderamente excepcionales.

En buena medida se le considera un escultor imaginero por excelencia, dados los numerosísimos trabajos hechos por encargos de parroquias, cofradías e iglesias de toda la geografía nacional.

A partir de 1933 realizó numerosas exposiciones, ocho obras monumentales y una infinidad de imágenes religiosas y retablos.

En Villaviciosa dejó el monumento al emperador Carlos I -como memoria de su desembarco por error en Tazones y hospedamiento en la villa durante tres días y cuatro noches del mes de septiembre de 1517-. Oviedo guarda cuatro esculturas de imaginería asociadas a la Orden del Carmelo; La Felguera, el Paso de Jesús Nazareno, además de dos bustos y algún retrato; para Nava hizo el retablo y la imagen de San Bartolomé que lo preside, así como el púlpito en 1946-47, al mismo tiempo que realizaba en talla directa el famoso Cristo de Cuenya (del mismo concejo), donado por un feligrés nativo y residente en América, así como el retablo y la imagen de San Andrés. Para la iglesia de Sotrondio talló el retablo mayor, colocado en 1956 y compuesto por los cuatro evangelistas en el ábside y otras figuras en la fachada, con un altar de estilo neorrománico que fue tallado en mármol blanco tranco, como se podía leer en La Nueva España del 17-IV-1956.

En el oriente asturiano dejó muchas y valiosas obras tales como la Virgen de la Paz, de Vidiago (1943), que antes de llegar al pueblo fue expuesta en agosto en el vestíbulo del Ayuntamiento de Salamanca. En julio de 1944 el autor vino personalmente a entregar el Cristo del Amparo de Nueva, tan querido y celebrado cada 14 de septiembre, que sustituyó al destruido. Fechas antes de su entrega a Nueva fue expuesto en la capilla de San Esteban de Salamanca.

Mención aparte se merece el Cristo yacente tallado en madera de cedro para la Cofradía del Santo Entierro de Ribadesella. Una de las mejores obras y por la que siempre sintió una predilección especial.

La talla refleja con gran acierto la laxitud y el sello inconfundible de la muerte, muy distante de la rigidez de similares imágenes. Sus ojos vidriados y semicerrados, su boca entreabierta en un rictus doloroso y otros varios detalles hacen de esta imagen un modelo igual al que podría salir de las manos del gran Gregorio Fernández. El verismo de la talla causó tal impresión que, nada más terminarla, uno de los catedráticos de la Facultad de Medicina de Salamanca llevó al taller del escultor a sus alumnos y sobre la misma escultura dio aquel día su clase de anatomía. Cuando G. Macías concluyó este Cristo lo expuso en el Museo Provincial de Salamanca, después en Santiago del Burgo de Zamora, varios días en la iglesia de la Vera Cruz de Valladolid, más tarde en Gijón y, antes de llegar a Ribadesella, se expuso en la capilla de la Universidad de Oviedo. Desfiló por vez primera en Ribadesella el Viernes Santo de 1945 y -dos meses después- el escultor presentó la talla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid. Incluso se puede ver la imagen en un Nodo sobre esa exposición, en el cual aparece la misma en primer plano. Datos estos recogidos todos por el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Salamanca don José Carlos Brasas Egido, cuyo pormenorizado estudio sobre este escultor dejó plasmado en su libro «Francisco González Macías, vida y obra de un escultor bejarano», publicado bajo los auspicios del Centro de Estudios Bejaranos y la Diputación de Salamanca.

González Macías recibió numerosas medallas en diversas exposiciones y salones, además de conservarse obras suyas en París, Bruselas y colecciones particulares.

Recientemente su nieta doña Isabel Vivancos González se puso en contacto con este cronista a fin de conocer algo sobre la imagen del Cristo que se conserva en nuestra iglesia parroquial de Arriondas, con la finalidad de seguir recogiendo datos sobre el enorme trabajo que su abuelo dejó disperso por España -no muy bien catalogado- con el fin de que sus dos únicas bisnietas sigan divulgando la obra de este notable escultor. Porque -como ella señala- «mi abuelo era más creador que administrador y no solía inventariar sus trabajos». Ha sido muy grato para ella enterarse de que el único retablo que nuestra iglesia de Arriondas conserva es obra también de este buen hombre. Digo el único que conservamos porque el templo llegó a albergar hasta seis retablos desde su inauguración en 1905; la Guerra Civil acabó con los cuatro primeros en una fatídica noche de septiembre de 1936 y -tras la desafortunada reforma llevada a cabo en la iglesia en 1985- perdió otros dos; y decimos perdió en tono eufemístico para no emplear los de malbarató o regaló, dentro de una mal entendida modernidad nacida a raíz del Concilio Vaticano II. Y es que en nombre del mismo no fueron pocos los templos cuya transformación interior los dejó como aparcamientos de fieles, donde la belleza y expresividad que muchos tenían quedó arrasada y la mediocridad estética se hizo la dueña de los mismos; la liturgia y sus ritos quedó bajo mínimos y la música sacra -tan importante en el culto- o se empobreció o desapareció.

En Arriondas conservamos -de puro milagro- las dos obras que don Francisco G. Macías nos dejó. En 1947 este escultor fue llamado para que tallase un Cristo Crucificado de tamaño natural. Mediante obras de teatro, rifas, donaciones y colectas una junta de vecinos reunió las 12.000 pesetas de la época que costó, más otras 500 de portes. Hubo que añadir además 2.700 pesetas para costear el magnífico retablo y dosel de castaño que lo arropó. Este Cristo fue sometido a profunda restauración hace catorce años.

Once años después de esta adquisición -en 1958- la parroquia llamó de nuevo al escultor y tallista para encargarle un retablo dedicado a la Virgen de Covadonga. Este retablo acoge una hornacina central con la imagen de la Patrona de Asturias y dos calles laterales -flanqueadas por columnas- en las que se representan seis recreaciones de diversos momentos de la historia del santuario. Toda la estructura estaba rematada por otro magnífico crucificado retirado cuando el retablo fue cambiado de lugar, lo mismo que -lamentablemente- se eliminaron el altar propiamente dicho en el que se apoyaba y el sagrario-tabernáculo que reproducía la Basílica de Covadonga. Se abonaron por este retablo al señor don Francisco G. Macías 96.831 pesetas.

Todo él fue restaurado hace seis años y espera turno para nueva limpieza, tras el incendio que el templo sufrió hace cuatro años y que dejó cubierto de hollines todo el interior del mismo.

Señalemos con regocijo que el pintor gijonés don Carlos Roces -que fue compañero y amigo de don Francisco- lleva meses trabajando para revitalizar la memoria del escultor del que hoy nos ocupamos y prepara una exposición en Gijón -en colaboración con el director del Museo del Ferrocarril y doña Paz García Quirós- desde el 18 de abril al 18 de junio, en la cual serán protagonistas los 32 bustos en bronce más arriba mencionados y depositados permanentemente en el recinto de la popular Feria de Muestras. Será un buen momento para reivindicar su poco valorada obra repartida por toda España.

Don Francisco González Macías fue un consumado maestro de la gubia y el cincel, con un gran conocimiento de las distintas fases de la ejecución escultórica y de sus habilidades técnicas tales como el modelado en barro, vaciado, sacado de puntos, talla y policromía.

Falleció en Madrid el 6 de octubre de 1982.