Si hay una persona en el gremio de la hostelería del oriente de Asturias a la que le profeso una enorme admiración por su dilatada y brillantísima trayectoria profesional esa es César Álvarez Montoto. Hombre hecho a sí mismo, con raíces familiares en el núcleo rural de Zardón, quien ha sabido «torear» con total acierto en varias de las plazas hoteleras más importantes de toda la red estatal de Paradores de Turismo de España. «Don César», como aún le llaman muchos de sus antiguos colaboradores, lo ha sido todo en el sector y siempre pensando con miras de futuro, totalmente alejado de cualquier atisbo de enfermizo localismo, tan en boga por estos lares del área de influencia de los Picos de Europa.

Permítanme mi atrevimiento, pero es que César Álvarez Montoto aportó su granito de arena en el proyecto del parador de turismo Monasterio de San Pedro de Villanueva, hoy en día el principal buque insignia de la hostelería comarcal. Me vienen a la memoria la cantidad de visitas que realizó para seguir los avances de aquel espectacular complejo, desde los cimientos de la obra, a la vera de lances salmoneros tan populares como El Palomar o Cuetu Merín. Defendió a capa y espada todo lo que rodeaba la novedosa instalación, justo cuando en Cangas de Onís brotaban ciertas voces críticas. Nadie puede quitarle el mérito de ser el principal valedor de acercar el Parador de Turismo a los cangueses, principalmente, creando puestos de trabajo estables y bienestar.

César Álvarez «aterrizó» en Villanueva de Cangas con un amplio bagaje profesional y supo solventar el hipotético rechazo de aquellos que veían el equipamiento hotelero como una competencia desleal hacia las pequeñas empresas hosteleras locales. A base de tesón y trabajo, desde su puesto de director del complejo hotelero, Don César esquivó cuantas trabas y zancadillas intentaron ponerle en su comienzo al frente del establecimiento hotelero. Su capacidad y preparación resultó determinante para poner en valor una de las «joyas» de la comarca del Oriente, el restaurado «conventín». Mucho ha llovido, aunque de justicia es reconocer el buen hacer de ese cangués en los primeros compases de la puesta en funcionamiento del icono hotelero en la vertiente asturiana de Picos de Europa.

A César Álvarez le conocí de pura casualidad, pues guardo una anécdota que no se me olvidará nunca jamás. En cierta ocasión «Nardo el del Colón» -fallecido recientemente- me dijo que tenía que hacerle un favor irrenunciable. El foco de la noticia era Zardón, donde se le iba a tributar un cálido homenaje a una señora que había ejercido durante un tiempo como maestra del lugar, y el evento lo organizaba, entre otros, Taranín -un entrañable amigo de Nardo-. Todo transcurrió con normalidad en aquel pueblo y, cuando me ponía a regresar de nuevo a Cangas, se me acerca un señor trajeado y me ofrece una bolsa con «algo». En principio lo rechacé, pero, vista la insistencia de aquel educado vecino, no tuve más remedio que coger el detalle y evitar quedar mal.

No había transcurrido ni una semana de aquel evento, que fue recogido en LA NUEVA ESPAÑA, y recibo una carta a mi nombre. La abro y, tras leerla, me quedé un tanto atónito, con la boca abierta. César Álvarez Montoto era uno de los hijos de la maestra de Zardón y me quiso agradecer con la misiva escrita de su puño y letra el reportaje que hice en ese pueblo. Pero, lo más importante, estaba rubricada por el otrora director del Hostal San Marcos, de León, uno de los más afamados hoteles de la red de Paradores Nacionales y que dirigía, curiosamente, la misma amable persona que me ofreció el obsequio que pretendí rechazar en mi visita a aquella localidad del concejo de Cangas de Onís. Desde entonces, nos une una entrañable amistad.

En mi modesta opinión, creo que Cangas de Onís está en deuda con don César Álvarez Montoto, más que nada por su plena involucración en el arranque y posterior consolidación del parador de turismo Monasterio de San Pedro de Villanueva, hasta que se jubiló. Además, me temo que ese emprendedor cangués algún hilo debió mover también en estos últimos meses para lograr el «bautizo» del avión de la compañía Iberia -en la que igualmente prestó servicios durante varios años, antes de entrar en Paradores- con el nombre de la oficiosa capital de los Picos de Europa y antigua Cánicas. Y sin dejar en el tintero su involucración, actualmente, en el Gran Hotel Don Pelayo, en el santuario de Covadonga, otro de los «iconos» del sector en la comarca del Oriente.