Diana DÍAZ -Con su voz, Gabriel Bermúdez ha captado la atención de los amantes de la lírica. En sus escasas apariciones en los teatros nacionales, el barítono va dejando una huella, que gana profundidad a partir de su trabajo en la Ópera de Zúrich. «Prefiero ir poco a poco, sobre seguro», afirma el que se ha convertido en uno de los barítonos españoles con un futuro más certero.

-¿Qué supone para usted este galardón?

-No me lo esperaba en absoluto. No sabía que estaba entre los candidatos. Estoy orgulloso de haber recibido esta distinción a partir de mi trabajo en Oviedo. Fue una gran experiencia, que agradezco tanto a Javier Menéndez como a Emilio Sagi. Espero poder madurar el rol de Orestes en otras producciones. Le tenía ganas desde hacía tiempo. Es un personaje que me permite sentir mucho, por su dramatismo, tesitura y época en que se circunscribe la ópera de Gluck.

-¿Ha encontrado en el extranjero las oportunidades que no ha visto en España?

-Quizá me marché de España antes de tiempo, pero siempre me interesó el trabajo en la Ópera de Zúrich. Es una de las mejores de Europa, con una presencia de buenos directores y cantantes. No tengo muchas ofertas en España, pero no tengo prisa. Prefiero ir poco a poco.

-¿Prefiere sentirse más seguro antes de pasear su voz por los teatros españoles?

-Sí, pienso seguir en Zúrich porque creo que aún tengo mucho que hacer y que aprender allí. Ahora tengo un contrato con un número más reducido de funciones. Podré dedicarme también a otras cosas. Continuaré perfeccionando y debutaré, el año que viene, en el Liceo de Barcelona, con el Ping, de «Turandot».

-Carlos Chausson, otro de los premiados, decía ayer que había mucha competencia entre jóvenes cantantes. ¿Un buen síntoma para la lírica?

-Sin duda va a haber ópera para rato. Cantantes hay muchos y afición, también. La competencia no está mal. Cada uno le dará su visión al personaje. La variedad aporta calidad al género y forma el carácter crítico del público.

-¿Se terminó eso del divismo en la ópera?

-No creo que nunca se termine. Ahora no son tantos los divos, pero sí se reparten más entre los protagonistas del espectáculo, que ya no son sólo el tenor y la soprano. Ahora también entran en juego los directores en ese divismo. Pero yo creo que, si alguien llega a «divo», es por algo. A veces, el divismo se confunde con el grado de exigencia que tienen los artistas, respecto a sí mismos y a los que los rodean. El divismo, en muchos casos, es justo.

-Como joven cantante que consigue sus primeros éxitos, ¿cuál es la actitud más adecuada frente a las exigencias de la profesión del cantante?

-Una actitud de disciplina y también de seguridad en uno mismo. Tienes que intentar, en la medida de lo posible, que no te afecten demasiado las cosas malas que te pasen, como tampoco las buenas. El cantante siempre está expuesto, es una vida llena de estrés. Debemos tener claridad de criterios frente a un papel. Y mucha paciencia. La sensación de plenitud que tienes cuando has hecho bien tu trabajo lo compensa todo. Si uno disfruta cantando sobre el escenario, supone que domina la situación. El canto atrapa poco a poco. Y es cierto que la ópera requiere más nivel de concentración al público, como ocurre con la música clásica. Pero el público puede ir acostumbrándose desde la juventud. Merece la pena.