Pablo GALLEGO

«He cantado este papel tantas veces que ya somos amigos». El barítono danés Bo Skovhus cierra hoy la última función de «Don Giovanni», el tercer título de la temporada de la Ópera de Oviedo, ciclo que, entre otras instituciones, cuenta con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA. En escena, Skovhus comenzó su carrera como Don Juan en 1988. Ahora, once años más tarde y con una hija de 13, los espectadores ovetenses serán de los últimos en ver a Skovhus en el papel protagonista de esta ópera de Mozart. «Don Giovanni necesita la energía de la juventud», afirma el barítono, «y yo, otras cosas».

-¿Es difícil sacar partido a un papel como Don Giovanni?

-Es un personaje gracioso y una situación curiosa, porque en la obra Mozart apenas presta atención al personaje protagonista de la historia, las arias se las da a las mujeres, y a los hombres, Leporello y el propio Don Giovanni, los carga de recitativos para convertir a los cantantes en actores.

-¿Siente que su primer Don Giovanni es distinto al que estos días representa en Oviedo?

-Totalmente. Pero, si he de ser sincero, no sé cuál de los dos es mejor. Las emociones del personaje no salen de su corazón, sino de su estómago. Hace lo que quiere sin pensar en las consecuencias. Pero sobre todo es libre. Y valiente. Mozart fue un adelantado a su tiempo.

-¿En qué sentido?

-Don Giovanni tiene muy claro cómo quiere vivir, y es consecuente con su forma de ver la vida. Incluso cuando su forma de comportarse le dirige a la muerte. Y en el canto a la libertad de los personajes fue capaz de pronosticar la Revolución.

-¿Es cierto que en los países nórdicos la crisis económica es más leve?

-Ahora puede que sí, tanto a nivel social como en el dinero que los Estados y las empresas dedican a la cultura. Pero eso se debe a que los presupuestos se programan con dos o tres años de adelanto. Quizás en 2012 suframos más que ahora.

-¿Es posible llevar una vida digamos normal cuando se vive casi cada mes en un país distinto?

-Nuestro problema es que no somos capaces de relajarnos. Porque si no estás en un teatro tienes que aprovechar el tiempo para estudiar. Y si no, te constipas o coges la gripe y lo único que haces es pensar si la voz estará ahí a la mañana siguiente. La presión es constante. En mi caso trato de mantener las rutinas horarias. Levantarme temprano, hacer deporte, acostarme también temprano. Y dedicar el tiempo libre a mis dos pasiones, el vino y el arte moderno.

-La primera puede ser una afición peligrosa.

-(Ríe) Bueno, no sólo estoy interesado en beberlo. Ahora mismo estoy más centrado en cómo se hace. Mi favorito es el Ribera del Duero, así que aprovecharé para llevarme algunas botellas a la bodega de mi casa en Viena.

-¿Ha probado la sidra?

-La verdad es que no. Sé que es muy famosa, pero no es lo mismo.

-¿Ser capaz de conectar con el público puede marcar el éxito o el fracaso de un cantante de ópera?

-Sin duda. La voz es nuestra herramienta para superar el vacío del foso y ser capaces de, en mayor o menor medida, transmitir una emoción que el espectador pueda llevarse a su casa al terminar la función.

-Los horarios del sur de Europa son bastante distintos a los que usted está habituado. ¿Le cuesta adaptarse?

-En el fondo no me queda más remedio. Y les admiro. No entiendo cómo los españoles son capaces de terminar la función casi a medianoche e irse a una fiesta o a cenar. A esa hora, en mi casa, yo llevaría dos horas en la cama.