Coincidiendo con la celebración del bicentenario de la independencia de Colombia, la asociación Padrinos Asturianos, fundada por el sacerdote asturiano José Pérez y que hasta el momento ha realizado una ingente labor en Colombia, celebró este concierto para ayudar a niños desfavorecidos que viven, además, en zonas donde impera una extrema violencia. La generosidad de la soprano asturiana Beatriz Díaz y del director colombiano Alejandro Posada lo han hecho posible, acompañados de la orquesta Oviedo Filarmonía. El planteamiento musical ha sido un tanto ecléctico, entre oberturas y arias de ópera y arreglos sinfónicos de música popular colombiana. Aunque fácil de escuchar por la belleza de la música, no siempre permite la concentración en un repertorio continuamente cambiante, por un lado el operístico y por otro el popular, produciéndose un, digamos, equilibrio inestable. Pero cómo no disfrutar escuchando a Beatriz Díaz en «Je dis que rien ne m'epouvante», de «Carmen» de Bizet -precedida por su obertura-, y aún más en «Adieu notre petite table» de la «Manon» de Massenet -que el futuro puede ser un gran rol para ella-, o en la célebre aria de las joyas «Ah, je ris de me voir si belle» del tercer acto de «Fausto» de Gounod, que Beatriz cantó por primera vez hace unos años con el que esto escribe a la batuta, y donde quizá faltó un poco de ligereza en el tempi. En la primera parte escuchamos también dos hermosos arreglos de música colombiana, entre ellos destacó «Kalamarí», de Lucho Bermúdez y Alex Tovar, además del bello «Pueblito viejo», de José A. Morales. Continuó en esta línea la segunda parte con «Addio del passato» de «La traviata» -también precedida de su obertura-, en acertada interpretación de Beatriz, y una bonita «Serenata en Málaga» de Alex Tovar, para continuar ascendentemente en la interpretación vocal con «La rondine» pucciniana «Chi il bel sogno di Doretta». El crescendo sinfónico popular alcanzó su cenit con «Yo me llamo cumbia» en orquestación de Mario Gareña y, finalizó, «Prende la vela» de Lucho Bermúdez. Después de numerosos aplausos y bravos -especialmente dedicados a la soprano-, no se hizo esperar de propina «Si, mi chiamano Mimi» de «La bohéme», rol de Musetta con el que obtuvo un gran éxito el pasado año en el teatro Carlo Felice de Génova.

Con Beatriz Díaz, que viene cantando de manera ininterrumpida desde hace algunos años en los conciertos que dirijo por Navidad en la Catedral de Oviedo, me resulta difícil ser imparcial. Siempre me agrada oírla, incluso cuando ni el estilo o el rol sean los adecuados -debido a su juventud, la infidelidad al estilo es, más que disculpable, casi obligada-. Porque ella tiene el don de la musicalidad -¡en cuántos cantantes y músicos profesionales no se manifiesta!-, además de un magnífico instrumento y una buena orientación en su formación. Siempre risueña sobre el escenario, destila una espontánea naturalidad que, unida al enorme gusto cuando canta, cautiva siempre. Beatriz Díaz es joven vocalmente, con lo que está en el camino y en la búsqueda de los roles vocales con los que, seguro, conquistará todos los escenarios donde acuda en su carrera ascendente e imparable. En el concierto ha habido, no obstante, desequilibrios entre los planos sonoros de la orquesta y el solista, por varias razones. La primera por la acústica de la sala, que no favorece a la voz como instrumento. Por cierto, la sala donde dirige habitualmente Alejandro Posada, el auditorio de Valladolid, ha sido elegida por Cecilia Bartoli para la grabación de su último disco y por el galáctico pianista Kristian Zimmerman para las suyas -¡otras acústicas son posibles!-. Otra razón ha sido que orquesta y solista no realizaron sus ensayos en el Auditorio, por tanto, no han podido corregir adecuadamente los balances, y además Posada no conocía las particularidades de la sala en este aspecto. Digamos también que la voz de Beatriz Díaz no es la de una enormidad de soprano dramática tipo Gruberova, y sí una estupenda soprano lírico ligera, por lo que con facilidad descompensaría toda su línea y trabajo vocal si forzara en graves y medios para evitar ser tapada en algunos momentos por la orquesta. Mejor por tanto, por relación de equilibrio en la escritura entre orquesta y solista, el Puccini que el Gounod, por ejemplo, sin que esto quiera decir que Massenet, por la misma razón, le fuera peor a Beatriz que Verdi, pensamos más bien que todo lo contrario. Alejandro Posada es un director de enorme profesionalidad, preciso en su gesto y sensible, y mostró su mejor cara en los arreglos de música colombiana, donde lo que se interpreta no es literalmente lo que está escrito en la partitura. Bien por los metales de Oviedo Filarmonía, ojo, trompeta y trombones en estos momento nada tienen que envidiar a ninguna orquesta de su entorno. Aunque cuando se emplean a fondo, además con una nutrida percusión de fondo, en la cuerda, apaga y vamos. Un concierto, en resumen, con unas características peculiares, pero que ha tenido un maravilloso sentido gracias a la generosidad de muchas personas, ayudar a niños desfavorecidos en Colombia. Nuestro intérpretes han sido el presente; en los niños estará siempre depositado nuestro futuro.