En pleno corazón del Oviedo más clásico se cierran unas puertas que albergan mucha historia de la ciudad. Esa casa palacio de la que hablamos está en la calle de Mon, antes Ferrería, aquella en la que en otro tiempo vivían y trabajaban la mayorías de los «ferreros» de la ciudad, aquellos que pasan por ser los principales causantes del gran incendio que devoró Oviedo en la Navidad de 1521.

Siempre barrio popular, en el siglo XVIII pasó a tener allí su solar la familia Mon, y en 1801 nació en la casa familiar don Alejandro Mon, destacadísimo personaje que llegó a ocupar los más altos puestos del Estado para volver a su Oviedo y a su casa en el último tiempo de su vida. Don Alejandro tuvo especial apego a aquella zona, de la que recordaba sus juegos infantiles en la calle y sus primeros amigos. Desde 1882 la calle se llamó de Mon, siguiendo la vieja costumbre del callejero de «desvestir un santo para vestir otro». En 1937 se recuperó el viejo nombre gremial, que se mantenía en la memoria de los ovetenses, pero hace mucho que ya es calle de Mon para todos, e incluso algunos la llaman «del mon», quizá por creer que es apócope de limón.

Ahora, en este otoño que empieza, sabemos de algo que ya temíamos: el cierre de la clásica casa de antigüedades que ocupa todo ese edificio de Mon 20, desde hace muchos años, en buena vecindad con otros comercios clásicos de la zona, que ahora se cuentan con los dedos de una mano, y sobran dedos. Antigüedades Esperanza es historia densa y viva de Oviedo, y en sus estancias se albergan datos de grandes transacciones comerciales y pequeñas historias de pendientes de aljófar envueltos en un pañuelo, último eslabón de algún ajuar familiar. En Oviedo, Esperanza fue siempre Esperanzona, como afectivo, muy a la asturiana, para una mujer grande y solemne a la que yo recuerdo, ya con gran prestigio comercial, todavía vendiendo, por querencia a la vieja costumbre, en un puesto de ropa usada en Trascorrales, vistiendo un gran abrigo negro y calzando madreñas desgastadas.

Tuvo tienda, ya encantadoramente abigarrada, en la calle San Juan, con la torre de la Catedral como vecina, y de allí pasó, en propiedad, a la casa que ahora se cierra, fin de una época brillante de la vida comercial de Oviedo. Visitar aquello supone una experiencia mágica, la inmersión en un ambiente del que bien podía haber aprendido Visconti.

El negocio se cierra por decisión de la familia, ya en tercera generación, mantenido por su nieto Carlos Valledor, y se cierra quizá porque nada es eterno.

El edificio, único en el Oviedo actual, merece nueva y cuidadosa vida, mejor en manos públicas.